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¿A cuento de qué?

El interés del papa Francisco, de mediar en la crisis venezolana, buscando un diálogo entre Nicolás Maduro y Juan Guaidó, aunque, dice, lo haría solamente si se lo piden ambas partes, parece más destinado a favorecer a la dictadura chavista que a encontrar una solución al problema.

Hace unos días, representantes de la iglesia venezolana habían cuestionado al santo padre por su postura demasiado tibia sobre el gobierno de Maduro, ignorando las graves denuncias de abusos de poder y violaciones permanentes a los derechos humanos. Realmente es llamativa la actitud de Francisco, y lo fue desde que arreciaron las denuncias en contra del régimen, y a pesar de todas las evidencias en su contra.

La intervención papal, aunque apoyada por los escasos países que siguen considerando a Maduro el presidente constitucional de Venezuela, como México y Uruguay, fue categóricamente rechazada por el mismo Guaidó, el Grupo de Lima y la Comunidad Económica Europea, la que, además, exige que se convoque a nuevas elecciones en el país caribeño.

Resulta inentendible qué es lo que pretende el papa con esta intención de oficiar de mediador. Y no porque no percibamos que puede ver como una misión buscar una salida pacífica y negociada a un conflicto determinado en algún país cualquiera. Sin embargo, en Venezuela las cosas están claras y no puede haber medias tintas.

Poner en la misma balanza a un dictador que lleva años sometiendo a su pueblo, persiguiendo a quienes no lo apoyan, encarcelando y asesinando a los opositores, con quien, por el contrario, no agacha la cabeza y está decidido a devolver la democracia a su castigado país, es un absurdo por donde se lo mire, y el máximo representante de la Iglesia Católica no puede caer en ese triste juego.

No podemos dejar de recordar el papel fundamental que tuvo el papa Juan Pablo II en la caída de la dictadura stronista, cuando, un año antes, visitó nuestro país y mostró con claridad que la iglesia no estaba dispuesta a permitir que siguieran los excesos que sufría nuestro pueblo.

Si es cierto lo que dice Francisco, de que quiere justicia para Venezuela porque sufre por lo que pasa en dicho país, y que le aterra la violencia, es urgente que muestre mayor compromiso con los luchadores por la democracia y la libertad, y no se muestre extrañamente complaciente con el dictador. Porque él debe saber muy bien que la violencia y los abusos provienen del régimen y no del pueblo, el que es la víctima, por lo tanto no puede seguir pretendiendo mantenerse en el medio, como si temiera molestar a Maduro y sus secuaces.

Lo que necesita el pueblo venezolano ahora no es la tibieza del negociador, sino la valentía y firmeza del líder, del pastor comprometido con el destino de sus ovejas. No es la iglesia que negoció y concilió con regímenes dictatoriales en el pasado la que despertará ahora la fidelidad del pueblo católico, sino la otra, aquella combativa, guerrera, que se enfrentó a las dictaduras latinoamericanas y que hizo la diferencia para la obtención de la libertad y la democracia.

Esperemos que Francisco no se equivoque y deje de perder el tiempo. El mundo entero está pendiente de él y lo que decida.

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