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Acuerdos básicos para administrar las divergencias

Hoy arranca el diálogo convocado por el presidente de la República y, con él, la ciudadanía tendrá la oportunidad de medir la madurez de su dirigencia política. La de los que asisten y los que no, la de los que concurran a fin de tomar en sus manos la tarea de buscar salidas concretas a la crisis que hizo eclosión el pasado viernes y los que lo hagan como un simple formalismo, para sentar postura y luego retirarse. Esto los sabremos en pocas horas más.

Para que el diálogo sea fructífero, lo primero que deben asumir sus protagonistas es que ninguno de ellos tiene porqué exigir que el otro renuncie a su posición política, sea ésta favorable o contraria a la enmienda constitucional para habilitar la reelección, que es precisamente la piedra del escándalo en torno al cual se configuraron bandos antagónicos. Si ésta fuera la pretensión, el diálogo estaría condenado de antemano al fracaso, y ni qué decir si fuera una condición para poder hablar, tal cual plantearon algunos de manera irracional y hasta temeraria, amenazando con más violencia si no se retira la enmienda de manera inmediata.

La validez del diálogo, como método para zanjar una crisis, no radica en la imposición de una tesis sobre la otra, sino en el establecimiento de puntos comunes acerca de cómo administrar esas diferencias, hoy por hoy inconciliables, con el objeto de garantizar una convivencia pacífica y civilizada, aun en el marco de las profundas discrepancias de las que todos somos testigos y/o partícipes directos.

Un primer acuerdo, imprescindible y factible, podría ser deponer actitudes belicosas y repudiar todo acto de violencia, dirigiendo un mensaje claro e inequívoco a la ciudadanía en tal sentido. Basta ya de anuncios de “guerra civil”, de “marzos” , de ocupar el Congreso o el Palacio, o de “correr a patadas al adversario”. Y el mismo mensaje dirigir a la prensa, exhortándola a que abandone los llamados a la “desobediencia civil” o a “resistir por todos los medios a los usurpadores”, como lo vino haciendo con insistencia en las últimas semanas.

En suma, un llamado a la pacificación, que no es a la desmovilización, sino a que las manifestaciones que se sucedan se desarrollen en paz, en los marcos de la ley, como la del pasado lunes, en contraste con la del viernes último.

Parece muy poca cosa, pero sería un gran avance que la dirigencia política se ponga de acuerdo, al margen de todas sus divergencias (que seguirán existiendo), en no dirimir las diferencias a los cascotazos, como en la época de las cavernas, o a los tiros, como en pasajes infaustos de nuestra historia, que las circunstancias presentes no lo ameritan bajo ningún punto de vista.

Un segundo aspecto, elemental de parte de toda organización y líder democrático, es el posicionamiento a favor de que las discrepancias de índole legal y/o constitucional, se resuelvan, no por medio de la coacción y el chantaje, sino de acciones que se libren en ámbitos del Poder Judicial, comprometiéndose las partes a acatar sus disposciones, que es como funciona todo Estado de Derecho.

Ejemplo, si la Corte dice que la mayoría compuesta por 25 senadores obró de manera insconstitucional, ésta deberá acatar lo decidido, y lo mismo si falla en contra de la reelección vía enmienda, lo que tornaría inviable dicha iniciativa. Pero, si lo hace favorablemente, la otra parte deberá proceder del mismo modo y en ese caso, el soberano, el electorado, será finalmente el que resuelva si los que fueron presidente podrán o no postularse para un segundo periodo.

No hace falta apelar a la genialidad de expertos negociadores. Solo hace falta voluntad política, una dosis de racionalidad y otra de patriotismo.

Hoy sabremos quiénes reúnen esas caracteristicas tan elementales que debería reunir todo dirigente político. Y también sabremos quiénes no.

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