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Alevosa manipulación

A veces pensamos que los paraguayos corremos el riesgo de volver a repetir la historia de la dictadura, porque somos un pueblo sin memoria y los adultos no asumimos la responsabilidad de contar los hechos a los jóvenes. Pero en el fondo sabemos que es un riesgo que, en general, corren todos los países, porque el presente ocupa demasiado espacio y no hay tiempo para vivir recordando el pasado.

Pero cuando se trata de hechos ocurridos hace poco, cuando todos los que vivieron los mismos están vivos y conscientes, y a pesar de eso un sector intenta manipularlos y alterarlos de acuerdo a su objetivo, y lo hace de manera absolutamente caradura e impune, pensamos que esto no ocurre en todas partes y que estamos frente a personas peligrosas, acostumbradas a cambiar la realidad para adecuarla a su conveniencia.

Hace dos años, después de meses de instigación a la violencia desde medios de comunicación que hacen del periodismo una perversidad, como Abc y Telefuturo, sectores de la oposición y la disidencia colorada de entonces –hoy oficialismo- protagonizaron uno de los peores atropellos a la democracia, convocando a la ciudadanía a rebelarse contra las instituciones y patrocinando a un grupo de patoteros para atracar el edificio del Poder Legislativo y prenderle fuego. Previamente, las bombas utilizadas se armaron en el local del PLRA, con autorización y complicidad de su presidente, Efraín Alegre.

Luego de atacar el Congreso, estos delincuentes acosaron a comerciantes del centro de Asunción e invadieron sus locales, generando temor ante el absoluto descontrol de las huestes. Pocas horas después, la Policía, en conocimiento de que las bombas molotov se habían armado en el local liberal, lo allanó y terminó muerto un joven, Rodrigo Quintana, cuya imagen hoy es manoseada por los sinvergüenzas, que no tienen ningún empacho en negociar hasta con la sangre de ese joven.

Desde entonces, todo el proceso fue pervertido a tal punto que la Fiscalía llegó a imputar a los vándalos, pero jamás ni siquiera investigó a los autores morales, claramente identificados. Jamás hubo un crimen tan anunciado previamente, durante meses de campaña nefasta; sin embargo, los que orquestaron el ataque ni siquiera merecieron la más mínima atención del Ministerio Público; a tal punto que hoy se pegan el lujo de hacer actos de recordación, en los que presumen de haber salvado la democracia y la institucionalidad, cuando que lo único que hicieron fue atacarlas de manera despiadada e impune.

Entre todo lo ocurrido, y lamentando profundamente la muerte de Quintana, lo que resulta verdaderamente atroz fue el ataque al Congreso, uno de los poderes del Estado y resguardo de la democracia, precisamente esa democracia que alardean haber defendido. Nadie jamás se atrevió a tanto; en los regímenes dictatoriales que se apoderaron de la región el siglo pasado, cuando no conseguía la complicidad de los legisladores, el dictador organizaba algún autogolpe para callar al Congreso, pero jamás, a ninguno, se le ocurrió prender fuego al símbolo más importante y representativo de la institucionalidad nacional.

El transcurrir de estos dos años lo que nos deja claro es qué poco avanzamos en materia de respeto a la Constitución, porque, de lo contrario, estos personajes tenebrosos y malintencionados habrían, por lo menos, callado y permanecer ocultos. Sin embargo, siguen pavoneándose con total desparpajo, algunos ya desde el gobierno de la Nación. De nosotros, los ciudadanos de bien, depende que las generaciones futuras conozcan la verdad, la auténtica, y no la que pretende vender esta caterva de cínicos y perversos manipuladores ¡que creen que todos somos todos somos tontos!

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