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¡Averígüelo Vargas…!

Por: Benjamín Livieres

En comunicación con el director propietario de Radio Ñandutí, Humberto Rubín, el periodista de la 970, Enrique Vargas Peña, expresaba ayer su frustración porque el programa que conduce se redujo de tres horas a dos y, en el marco de su desahogo, comentaba que al ser contratado por la propietaria de dicha estación, Sarah Cartes, le dijo que aceptaba la oferta “como periodista”, pues si quería un “propagandista” debía contratarle a Benjamín Livieres. Lo mismo repitió en Radio 1000, en donde de paso calificó de “inservible” al diario ADN, del cual me distingue ser su director, al igual que en Radio Monumental y otras que contactaron con él para conocer su versión.

Desconozco las razones del “ataque” tan “personalizado”, proviniendo de alguien que nunca hizo parte de mis ocupaciones ni preocupaciones cotidianas. Y si ahora abordo el tema, “por única vez”, como aclaran algunos encabezados de solicitadas, es porque invocó mi nombre en todos los medios a su alcance, creyendo agraviarme con el calificativo de “propagandista”, cuando en realidad, aunque sin saberlo, no hizo más que halagarme.

La propaganda, en el terreno del periodismo de opinión, consiste, por definición, en la difusión de ideas. Quien se desempeñe al frente de un programa basado en el análisis y la divulgación de opiniones, está ejerciendo el papel de propagandista.  Puede ser bueno o malo, más riguroso en sus apreciaciones o improvisado, puede estar a favor de ideas progresistas o retardatarias, puede hacerlo en base a convicciones o por razones netamente pecuniarias, pero en cualquiera de los casos, es propagandista al fin.

Por ejemplo, el despechado conductor, a lo largo de su trayectoria defendió más de un proyecto político, casi ninguno de ellos apegado a la democracia. Y no nos referimos a la época de Stroessner, cuando guardaba silencio ante las barbaridades del régimen y ante las temidas columnas de su padre (firmadas como AVP), desde las que desarrollaba una tenaz persecución a los que enfrentaban a la dictadura, como lo pueden atestiguar varias generaciones de periodistas.  Después de todo, no eran muchos los que combatían al stronismo y, como hijo, no tiene porqué cargar con las culpas del padre. Pero ya en plena etapa democrática,  fue un gran animador del proyecto totalitario encabezado por Lino César Oviedo, el que amenazó con “hacer correr ríos de sangre”, como lo hizo durante la “semana trágica”, que comenzó con el magnicidio de Luis María Argaña y culminó con la masacre de los jóvenes en la plaza.

¿Cuál fue el papel que cumplió entonces Vargas Peña? La respuesta es muy sencilla, la de “propagandista del oviedismo”, junto a otros compañeros de trabajo, como Raúl Melamed, Alfredo Jaeggli, Cano Radil y su propio padre. Después de un paréntesis en el que no tuvo mucho protagonismo, volvió al escenario de amores con Efraín Alegre, en vísperas de los comicios del 2013, siendo entonces “propagandista del efrainismo”, hasta que un buen día amaneció de amores con Horacio Cartes, pasando a ser entonces “propagandista del cartismo”. Hasta que hace algún tiempo, para sorpresa de propios y extraños, empezó a bombardear al presidente de mañana, tarde y noche, para lanzarse de nuevo a los brazos de Efraín, más los de “Marito”, Desirée Massi y Rafael Filizzola, o sea, pasó a ser…“propagandista de la oposición”.

Ahora bien, en lo que compete a este servidor, ser “propagandista del cartismo” no representa motivo de deshonor, ni es un fenómeno que data de hace algunos pocos meses, sino se remonta al 2011, cuando el proyecto recién conocía de sus primeros esbozos.

Ocurre que en periodismo algunos obran por conveniencias coyunturales y no conciben que otros lo hagamos por convicción, abiertamente, con tal claridad que si se instituyera la figura de la reelección, jamás votaría por un delirante “bolivariano” como Fernando Lugo, un déspota corrupto denunciado por sus correligionarios como Efraín, o un personaje bipolar como Nicanor, sino por Horacio Cartes, quien de acuerdo a los datos de la realidad, esos numeritos con los que tienen pesadillas, los supera holgadamente en materia de gestión.

Finalmente, sería ocioso intentar descifrar cuál es el objetivo de EVP para brindar este espectáculo típico de “cholulos”, más allá de obtener una jugosa indemnización, lo cual no resulta muy digno. Eso sabe únicamente el propio Enrique, o tal vez ni él, teniendo en cuenta sus rasgos personales, en cuyo caso  cabría recomendarle aplicar aquella expresión de la reina Isabel la Católica, cuando pedía informes a un alcalde del mismo apellido del conductor…!Averígüelo Vargas!

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