WASHINGTON.- El empleo es, en general, uno de los núcleos fundamentales en la constitución del individuo, tanto personal como social. El trabajo sitúa a las personas en un grupo de pertenencia desde el que define parte de su personalidad, afinidades, gustos y preferencias. El trabajo proporciona un entorno social desde el que relacionarse. Además, proporciona seguridad económica y estatus social.
Sí, el trabajo estresa, genera tensiones entre compañeros y más de una vez levanta dolor de cabeza. Pero es, ante todo, un factor de seguridad e independencia que configura nuestra vida y nos ayuda a realizarnos como personas. Por un lado, la mayor parte de las veces, genera una estabilidad económica que permite realizar proyectos individuales y sociales. El trabajo nos empodera y refuerza nuestra autoestima. Además de ser un factor de fortaleza emocional nos permite mantener afiladas capacidades como la concentración, la comunicación, la toma de decisiones y las habilidades sociales.
En el otro extremo, las situaciones de desempleo prolongadas pueden causar un deterioro biológico, psicológico y social. El paro plantea retos que ponen en juego la capacidad de sobreponerse a la adversidad. Existen algunas fórmulas para superar estos daños:
Aceptar la realidad y evitar el dramatismo o los pensamientos negativos, conocer los síntomas asociados, identificarlos e intentar tratarlos con distancia, planificar el día y no dejarse llevar por la apatía, establecer y mantener una rutina de búsqueda de empleo activa y dedicar tiempo a hábitos saludables como la relajación o el deporte.