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Bochorno episcopal

Lo que debió ser una conferencia de prensa para celebrar el nombramiento de un nuevo obispo, se convirtió muy rápido en un tremendo bochorno, que tuvo como principal protagonista al arzobispo de Asunción, Edmundo Valenzuela y, como actor secundario, al nuncio Apostólico, Eliseo Ariotti. El metropolitano, sin satisfacer los requerimientos periodísticos, optó por terminar abruptamente la ronda de preguntas. Antes, el representante del Vaticano, con más oficio en la materia, intentó que el encuentro se circunscribiera a la designación resuelta por Francisco, pero no tuvo éxito. Ambos, literalmente, terminaron huyendo. Y no es para menos. Tras las escandalosas declaraciones hechas días atrás por Valenzuela, calificando el acoso sexual por parte de un sacerdote como un acto solamente “indecoroso”, los trabajadores de los medios, como era de esperar, lo sometieron a un interrogatorio del que salió más que maltrecho, al reafirmarse, balbuceos de por medio, en tan desvergonzada definición.

El acto protocolar pasó completamente desaparecibido. Los periodistas apenas registraron que Mario Melanio Medina, quien mucho daño hizo a la Iglesia, por fin se acogerá a la jubilación, y que en su reemplazo fue nombrado el hasta ahora obispo Auxiliar de Ciudad del Este, Pedro Collar. El legítimo interés giraba en torno a otro tema, que causó y causa una gran indignación, como es el manoseo al que sometió el expárroco de Limpio, Silvestre Olmedo, a una chica de 21 años perteciente a la Pastoral Juvenil, cuyas denuncias en ámbito eclesiásticos cayeron en saco roto.

Cualquiera hubiera pensado que el arzobispo  intentaría “reubicarse” en el escenario, se desdijera de su disparatada declaración, condenara el hecho con el rigor que corresponde y anunciara la revisión del caso, que en esferas de la Iglesia se mantiene impune. Pero no. Con la desfachatez que ya lo caracteriza, Valenzuela se ratificó en todos los términos y volvió, una vez más, sobre el ejemplo de la montaña y “la piedrita”, asimilando esta última a la conducta “indecorosa” del sacerdote acosador.

“Un abuso de menores sería una montaña, un hecho indecoroso es una piedrita”, había dicho, a lo que en otro momento agregó: “eso no es grave -la piedrita-… En la vida moral no tiene la gravedad de aquel que haya abusado de una mujer”.

No sabemos si estas afirmaciones de monseñor pueden atribuirse a su cinismo, a su ignorancia o a una combinación de las dos cosas, porque una cuestión es diferenciar un crimen, de un delito, y otra, muy distinta, rebajar este último a los niveles de lo “indecoroso”.

Indecoroso sería que un sacerdote “flirtee” con una mujer a través de las redes sociales, le profese su amor y le invite a ir junto a él para “confesarse”, como ocurrió en un caso publicado por nuestro diario. Indecoroso es que un cura se exhiba en las redes sociales con el torso desnudo o, a pesar de ser ya un “cincuentón”, apele a un lamentable “peluquín” para verse más jóven, tal vez en el afán de mostrarse ante alguien más “atractivo”. Y por supuesto, más indecoroso sería que los clérigos tengan “sobrinitas” o “sobrinitos”, por más que sean mayores de 18 años o… hijos, que también ocurre. Pero, “toquetar” a una mujer en contra de su voluntad no es falta de decoro, es un delito, que como tal merece un castigo canónico, además del que fuera a establecer la justicia ordinaria.

La insistencia en lo supuestamente “indecoroso” no es más que una patraña para encubrir a un delincuente con sotana y hacer “borrón y cuenta nueva”, con el agravante de que no es el único caso. Valenzuela procedió del mismo modo cuando no se trató de “una piedrita”, al decir suyo, sino de “una montaña” gigantesca, dando protección al sacerdote argentino Carlos Ibañez, acusado y condenado en su país por haber abusado nada menos que de una decena de menores.

Triste y patético. El bochorno espiscopal de la víspera es otra expresión más de la decadencia moral de la Iglesia.

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