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Como Fanucci, no como “Don Vito”

Hace una semana comenzó a circular por las redes sociales un audio en el que el abogado de CDE, Celso Espínola, habla de la existencia de un equipo o “grupo grande” liderado por el experiodista de ABC Color, Héctor Guerin Gómez, a quien dice representar, conformado con un objetivo definidamente ilícito: Ofrecer a comerciantes, a cambio de cierta “ayuda”, el servicio de “atajar” una denuncia en su contra o retirarla si ésta ya fue radicada ante el Ministerio Público. Más explícito, imposible. En lenguaje común y corriente eso se llama chantaje.

El audio, que con fundadas razones levantó mucha polvareda, tiene como co-protagonista a la empresaria Liz Martínez, propietaria de Mar & Mar Group S.A, a quien Espínola llamó en busca de sumar a la cartera de clientes del “grupo grande”. Tras los saludos de rigor, el abogado comenzó diciéndole que, como es de su conocimiento, él trabaja “hace años con Héctor”. Y agrega que el periodista le dijo “llamále un poco a este tipo, a Diógenes (marido de la comerciante), a ver si podemos atajar, de ver, de ayudar, de ayudarnos de alguna manera (?)”. Sin embargo, el propio abogado se encarga de aclararle a su interlocutora que después recibió la indicación de abandonar la idea “para no levantar la perdiz” y que lo mejor era “actuar nomás ya”.

El significado de dichas palabras se tradujo inmediatamente en una impiadosa campaña mediática contra los Martínez, destinándole horas de programación de radio Concierto, propiedad de Guerin, así como innumerables tapas de un diario local (TN Press) de escasa circulación, en donde éste se desempeña como columnista y en el cual uno de sus empleados de la emisora, Nelson Esquivel, es editor.

Sin embargo, los ataques sistemáticos no tuvieron efecto. Los potenciales “clientes” no acusaban recibo, ni interés en “negociar” la mentada “ayuda mutua”, como dice una parte del audio en cuestión, por lo que a la par de proseguir con la campaña de prensa, Guerin, con el patrocinio de Espínola, formalizó la denuncia contra la pareja de empresarios ante la fiscalía de CDE, con un rosario de cargos, desde presuntos hechos punibles de contrabando, declaración jurada falsa y producción de documentos no auténticos, hasta cohecho pasivo. Y a los pocos días presentó la misma denuncia en la Unidad de Delitos Económicos del ministerio público, en Asunción, agregando la acusación de lavado de dinero.

A partir de entonces, el “gran grupo” decidió jugarse todas las cartas para forzar un “acuerdo”, no sea que cundiera el mal ejemplo en otros posibles “clientes”, por lo que dirigió su artillería hacia la agente fiscal encargada del caso, Liz Carolina Alfonso, debido a no haberles imputado “ayer” a Diógenes y Liz Martínez.

Los firmantes lanzaron la amenaza con tanta alevosía que en el mismo texto que presentaron en la Capital, antes de una semana de haberlo hecho en CDE, dicen que Alfonso “hizo la vista gorda, pese a la solicitud de diligencias, urgimientos y advertencias de enjuiciamiento”, como si ya tuvieran el visto bueno del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados.

Semejante proceder no es digno de abogados y menos de periodistas. Estos últimos hacen sus denuncias desde los medios en los que trabajan, correspondiendo al Ministerio Público tomar o no cartas en el asunto. Pero mucho más llamativo que esto, ¿Desde cuándo uno o más periodistas integran un “equipo”con abogados para “atajar” denuncias o “retirarlas” si estas ya fueron presentadas?

El audio no deja lugar a dudas. El servicio del “gran grupo” encabezado por Héctor Guerin lo que hace es extorsionar a comerciantes para cobrar “tributos”. Sus miembros tal vez creyeron inspirarse en “El Padrino”, aquella formidable novela de Mario Puzo, que se convirtió en una de las mejores películas de todos los tiempos bajo la dirección de Francis Ford Copola. Pero si es así, se equivocaron de personaje, porque quien extorsionaba a los tenderos de un barrio neoyorkino era un gánster de baja ralea llamado “Don Fanucci”, no “Don Vito”, quien era un mafioso terrible, pero querido y respetado como un hombre de honor, algo que, por si lo dicho fuera poco, éstos desconocen.

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