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Con ínfulas de dictador

Efraín Alegre no quiere un poder pasajero; desde que asumió como presidente del PLRA ha demostrado que lo que quiere es imponer un régimen dictatorial en el que él, y sólo él tenga el poder partidario. Una especie de Stroessner-í, por más ridículo que parezca el tema.

Primero fue la renovación extemporánea de los tribunales partidarios de Conducta y Electoral, que llenó con seguidores suyos y olvidó a la disidencia; después consiguió que la mayoría oficialista de la convención decidiera inhabilitar por un período a 6 diputados que no votaron a favor de la intervención de la Municipalidad de Ciudad del Este, tal como había ordenado el partido.

Y en la última reunión del directorio, volvió a imponer su mayoría para conseguir que la convención prevista para el sábado próximo pasara a febrero, ante el temor de que el llanismo pudiera conseguir una mayoría que levante la sanción a los diputados castigados.

Que para conseguir todo esto haya logrado una de las fracturas más grandes del PLRA en toda su historia poco parece importar a Alegre, quien cada vez más se muestra empecinado en imponer una dictadura en la que la única voluntad que importe sea la suya.

Si ya no hay forma de que el presidente de un país pueda imponer una dictadura sin que la comunidad internacional reaccione, es impensable pensar que lo pueda hacer el titular de un partido de oposición, por más importancia e historia que tuviera.

Y ni siquiera se necesita para ello la presencia de la comunidad internacional; basta con otros sectores políticos nacionales en una época en que la concertación es fundamental para sobrevivir y conseguir puestos electivos de importancia. Alegre parece no haber entendido las reglas del juego democrático, en donde la participación de las minorías es fundamental y es lo que hace que otros partidos y movimientos miren a un líder político con respeto y consideración.

Pero Alegre no es un líder, ni siquiera un caudillo. Es apenas un oportunista que ha sabido manejar las herramientas que tenía a mano en las internas partidarias para convencer a una suficiente cantidad de liberales de que era lo más adecuado para el partido, aunque su discurso nunca fue conciliador ni aglutinante.

Además, las actitudes descontroladas de un dictador de pacotilla son fácilmente recurribles ante la justicia, tal como lo ha hecho el sector de Blas Llano, que ha denunciado a Alegre por cada uno de sus desaciertos y, hasta ahora, en uno de los casos ya se le ha dado la razón.

Uno de los problemas principales de este tipo de situación es que la demagogia y el abuso de poder suelen ser contagiosos. De hecho, ya hay dos diputados que eran del llanismo y que ahora decidieron pasar a las carpas oficialistas, vaya uno a saber a cambio de qué. Esto, posiblemente, es lo que impedirá que la disidencia encabezada por Llano pueda tomar las riendas de la convención que pasó para febrero, puesto que para que los convencionales sigan perteneciendo al efrainismo, es fácil pensar que se les ofrecerá todo tipo de dádivas. Así es muy difícil que un político se dé cuenta de que su dirigente es irracional y decida cambiar de vereda.

Pero Llano tiene la urgente misión de conseguir que el PLRA dé un fuerte golpe de timón y vuelva al sendero de la racionalidad y la democracia. De lo contrario, no solamente en el 2018, sino en el futuro, perderá toda la posibilidad de ser un partido con posibilidades de llegar al poder, y se convertirá en meramente testimonial, como otros de la oposición.

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