Los futbolistas paraguayos cabizbajos tras la inesperada derrota ante Uruguay.
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Cuando la ilusión se hace humo

ASUNCIÓN.- (Por José Maria Troche).- Dicen que los triunfos no tienen sustitutos y que las derrotas tardan en olvidarse. Más o menos eso es lo que aconteció la esperada noche del pasado martes cuando todos creímos, soñamos o al menos deseamos ver a la Albirroja triunfante, una vez más, frente a Uruguay, como desde hace 60 años.

¿Quién iba a pensar que la mágica noche de Santiago duraría tan poco? Ni el más pesimista, incluyendo unos cuantos que hace rato le viene haciendo la guerra a la selección. Sin embargo, en una de esas noches que veíamos retozar a la Albirroja, arrasando la defensa rival, bastó que un segundo de mala pata (o desgraciado cabezazo, da igual) de Jorge Moreira le diera a los charrúas el primer gol tras desviarse la pelota en Richard Ortiz.

Nos sentimos exactamente igual a como se habrán sentido los chilenos después del tremendo cabezazo de Vidal contra su propio arco. Y para seguir con la similitud, así también nos sentimos nosotros tras esa carambola desesperada de Suárez que tras pegar en el travesaño, se metió en el arco luego de rebotar en la humanidad de Gustavo Gómez.

En 4 minutos, un partido destinado a celebrar otra gloria Albirroja se convirtió en tremenda pesadilla. Y el infortunio (a alguien hay que echarle la culpa) impidió que disparos como aquella joyita de Almirón tras una “picadita” dentro del área no fuera gol, o como el cabezazo de Richard, o el tiro de “Sasá” que pegó en Muslera y en el palo…

Y perdimos el partido que tuvimos que haber ganado para redondear una noche fantástica que, por imperio de los demás resultados, nos hubiera dejado en zona de repechaje y bajar a los argentinos al sexto lugar. No hubo caso. Tan enorme sacrificio al final no sirvió para nada pues nos quedamos en la misma posición que una semana atrás, y a pesar de todo, aún con posibilidades.

Esa enorme bola de nieve de optimismo y de seguridad se transformó un hilo de agua inofensivo, como inofensivos fueron nuestros aguerridos ataques y nuestra dación íntegra por el triunfo.

Perdimos, pero más que dolor, la derrota nos dejó una enorme tristeza, una sensación de vacío difícil de llenar. Que desaparecerá solo y únicamente si seguimos confiando en nuestras fuerzas y que cuando los astros se alineen de nuevo hagamos nuestra parte. Eso significa ganar los dos partidos restantes. Una cuestión muy complicada y difícil, pero en el fútbol, nada es imposible cuando se juega con pasión.

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