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Datos escalofriantes

Hasta ahora, 48 mujeres han sido asesinadas, en lo que va del año, solamente por ser mujeres, que es lo que tipifica el delito de feminicidio, según el Ministerio de la Mujer. Agrega el del Interior que en el 2017 se registraron 11 mil denuncias de violencia doméstica más que el año anterior. Al mirar estos escalofriantes datos uno piensa que toda la campaña que desde hace varias décadas se hacen para eliminar toda forma de violencia contra la mujer ha caído, hasta ahora, en saco roto.

Es entendible que una cuestión de raíces tan profundas en la cultura de nuestro pueblo no desaparecería tan pronto. Pero lo mínimo que se espera como resultado de las grandes campañas de concienciación es que disminuya la tasa de violencia, pero aquí no ocurre esto. Según representantes del Ministerio del Interior, no es que hayan aumentado los casos de violencia, sino que, simplemente, la sociedad ha adquirido mayor consciencia de éstos, y ahora no teme denunciar cuando siente que una mujer está siendo violentada, lo que antes no ocurría ya que se pensaba que era un problema doméstico en el que nadie podía meterse.

Del congreso de Belén do Pará pasaron más de 20 años, y ya en ese momento la única conclusión positiva a la que se llegó en el caso de Paraguay fue que la ciudadanía y la Policía habían empezado a ver la violencia doméstica como un delito y que habían aprendido a involucrarse. Quiere decir que en estas más de 2 décadas desde ese encuentro que, en su momento, constituyó un hito para la lucha contra toda forma de violencia, no avanzamos en nada más. La ciudadanía no violenta está más consciente, pero los violentos, salvajes y asesinos siguen tan campantes como toda la vida, sin que jamás les haya tocado un solo mensaje ni hayan podido visualizar a la mujer como alguien igual a ellos y no un objeto destinado a satisfacer sus caprichos.

A lo mejor el problema está en la forma de encarar el problema. Si se pretende adoctrinar a personas que ya han sido formadas de una manera determinada, con la intención de hacerles entender que ninguna mujer puede ser condenada por serlo, se seguirá cayendo en el fracaso, una y otra vez. Es al niño a quien hay que educar en el respeto a las diferencias, a todas, sexuales, de raza o religión. Y aquí la cuestión se complica para un amplio sector ciudadano que está más que dispuesto a escandalizarse con cada caso de feminicidio y condenar a la hoguera al asesino, pero no quiere ni escuchar que a su hijo se le enseña la tolerancia y el respeto hacia cuestiones que no son políticamente correctas ni aceptadas en sus hogares.

Este es el problema de fondo porque nuestra sociedad es naturalmente violenta e intolerante. Lo es con el más débil, con el diferente, y con las mujeres, que no son ni débiles ni diferentes por el solo hecho de ser mujeres. Y, lo que es muchísimo peor, esa violencia, en un gran porcentaje, proviene de las mismas mujeres, esas que piensan que el papel de su género es de segunda, que no está en condiciones de competir en igualdad con los hombres y que quienes se atreven a desafiar al stablishment son “feminazis”.

Insistimos, la única forma de que esto pudiera cambiar alguna vez, es a través de la educación, inclusiva y respetuosa, tanto para niños como para niñas. Enseñando a ellos a respetarlas como sus iguales, y a ellas a hacerse respetar como iguales. Ninguno de nosotros verá el cambio, pero podremos tener la consciencia tranquila de haberlo propiciado y enseñado a las próximas generaciones.

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