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De Pane o Baéz a Acosta y “Santula”

En todas las etapas de la historia, los intelectuales han cumplido siempre un rol de primerísimo orden.  Es cierto, no son “iluminados” que guían a los “ignorantes” hacia la sabiduría, ni menos aún seres “especiales” dotados  de una mágica aureola que los convierte en poseedores de la verdad absoluta,  con derecho a dictaminar sobre todo lo humano y lo divino de manera infalible. Son mortales, personas de carne y hueso, con distintos niveles de formación y de talentos, pero que, a diferencia del grueso de la sociedad, tuvieron la posibilidad de especializarse en ciertas materias y que, por tanto, están llamados a cumplir un papel importante; entre otros, promover el debate sobre los problemas a los que nos enfrentamos en las más diversas áreas, así como sus posibles soluciones. ¿Qué pasa con nuestros intelectuales?. ¿Son una “especie en extinción” o es que, independientemente de no ser muchos, no tienen el menor espacio en los medios de difusión, en donde fueron sustituídos por charlatanes que “tocan de oido” y se hacen llamar “formadores de opinión”?

Si uno se toma el mínimo trabajo de observar las cuestiones que ocupan a la dirigencia nacional, le dará la impresión que, para ésta, nadie vivió antes, no hay pasado, no hay historia, ni se escribió algo interesante al respecto.  Los medios se limitan a consultar cual profetas a un par de economistas, otro más de “analistas políticos” y algunos líderes partidarios y gremiales”, los mismos de siempre, con las mismas incapacidades para aportar ideas o al menos dudas, que son el punto de partida del pensamiento.

Los intelectuales, que, a diferencia de comienzos del siglo pasado, no abundan, están excluidos del escenario. Y no es que ellos hayan desaparecido de la faz de la tierra, ni mucho menos, sino que fueron reemplazados por “opinólogos” convertidos en “estrellas” por sus propios medios y sus dichos, que en la mayoría de las veces no alcanza siquiera el grado de opinión, en la “verdad revelada”. No saben de economía, ni de política, ni de historia, literatura o filosofía. O saben muy poco. Pero se paran frente a las cámaras o computadoras y dan riendas sueltas al disparate y, por supuesto,a las lineas impartidas por los patrones, para la defensa de sus intereses corporativos.

La degradación de la labor intelectual y de los intelectuales llega a tal extremo que fueron desplazados por figuras mediáticas como Oscar Acosta y “Santula”,los mediocres editorialistas de ABC color, vendedores de humo al estilo de Benjamín Fernández o desquiciados irremediables tipo Enrique Vargas Peña, lo que resulta verdaderamente espeluznante.

Desde luego que los tiempos actuales no son los mismos que inspiraron a la generación del 900, un movimiento mundial que tuvo su correlato nacional en figuras de la talla de Cecilio Báez, Blas Garay, Ignacio A. Pane y tantos otros; todos ellos formidables periodistas y extraordinarios intelectuales.

No podemos pedir tanto, pero sí una mayor dosis de sensatez, que nos conduzca a darle la palabra a quienes más conocen de los temas a tratar, no para asumir  sus posiciones como verdades irrefutables, sino para potenciar el debate en una sociedad avasallada por avalanchas de “informaciones chatarra”, cuando no falsas, que se propagan como el virus de la influenza y mantienen ocultos los verdaderos dilemas que padece.

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