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Democracia o Barbarie

La culpa no es del chancho, sino del que le da de comer, dice el dicho. Pero el chancho, cuya conducta antihigiénica merece una explicación, sigue siendo eso, un chancho. La “reflexión” sirve para imaginar el escenario político que se está dibujando peligrosamente en la región, a partir de la victoria de Jair Bolsonaro en el Brasil, a quien rápidamente buscan emular otros personajes de la fauna criolla sudamericana. Ellos serían, prosiguiendo con el refrán, los chanchos, de prácticas reprochables, en algunos casos inclusive detestables. Sin embargo, no surgieron por generación espontánea, por simple obra de magia. Fueron engendrados y se alimentan de regímenes políticos decadentes, en crisis; de las democracias surgidas en los 80, de mayor o menor calidad, pero todas ellas sustentadas en partidos políticos que se corrompieron hasta los huesos.

¿Quién hubiera imaginado hace un par de años que un político casi marginal, gris, misógino, racista y amante de la dictadura, llegaría nada menos que a la presidencia del país más poderoso de la región? ¿Quién pensó que alguien de esas características le daría una paliza a la izquierda nucleada alrededor del Partido de los Trabajadores (PT), duplicándole en votos en la primera vuelta, y casi sepultaría a la derecha y demás fuerzas conservadoras, ninguna de las cuales superó un modestísimo 5%?

El “gurú” que asesora a Mauricio Macri, un tal Durán Barba, experto en campañas sucias, trata de presentar de manera muy forzada a su cliente como “el Bolsonaro argentino”, mientras un diputado salteño, Alfredo Olmedo, ya le copia el discurso y hasta se bautizó en una iglesia evangélica, como lo hizo hace un par de años su grotesco referente carioca, obteniendo por su intermedio una buena cantidad de votos. En Chile, una de las democracias más antiguas del subcontinente, también aparecen los que quieren la representación local del excapitán (antes al menos eran generales o coroneles), principalmente entre los nostálgicos de la dictadura de Pinochet. Y en nuestro terreno, para no seguir con más y más ejemplos de los vecinos, un mamarracho político como Payo Cubas, se encamina en la misma dirección, aunque en una versión todavía más exagerada que el de su “modelo”.

Podemos detenernos en cada caso, de hecho será inevitable en el del presidente el Brasil, por las consecuencias de sus actos que habrá que enfrentar, pero eso sólo no basta para responder a un problema más complejo. Es necesario avanzar en una explicación acerca del por qué nos enfrentamos a estos adefesios de la política, quienes se ubican claramente en las antípodas de la democracia y la libertad, cuyas ausencias ya las conocimos y las padecimos sobradamente.

¿Acaso se volvieron locas 58 millones de personas, entre ellas miserables, pobres, mujeres y negros, y decidieron votar a favor de Bolsonaro? Definitivamente, no. Ocurre que Brasil combina desde hace años tres factores letales para cualquier sistema político, a saber: corrupción generalizada, recesión económica e inseguridad creciente, de las más altas en toda la región. La dirigencia política tradicional, de izquierda y derecha, ha sido parte fundamental de lo primero y no fue capaz de enfrentar lo segundo y tercero. Y la gente la castigó apoyando a quien apareció como el verdugo de los políticos y partidos responsables de dicha situación, sin saber que con ello dejaba en terapia intensiva, agonizante, a la democracia misma.

Las circunstancias no son muy distintas en la Argentina, sumida en una crisis aún peor que la brasileña y con síntomas inequívocos de inestabilidad política, pero donde la extrema derecha aún no hace su aparición, tal vez porque todavía está fresca en la memoria colectiva los 30.000 desaparecidos que ésta ocasionó en la los años 70 y las convicciones democráticas son más sólidas, Y en Paraguay, felizmente, no enfrentamos el caos económico, ni la violencia cotidiana que sufren nuestros vecinos, pero sí la corrupción, espantosa, lacerante, que corroe las instituciones republicanas de pies a cabeza.

Llegamos entonces a que el rasgo común, con ritmos e intensidades distintas, con características que varían de un país a otro, es la decadencia del sistema democrático, de la mano de los políticos sin ningún escrúpulo, que solo piensan en “pararse para toda la vida”, a costa del erario público, y de partidos tradicionales vacíos de contenido, devenidos en maquinarias al servicio del saqueo.

El panorama no es nada alentador. Podemos estar ante el fin de un ciclo, el más largo en materia de libertades públicas, con el agravante de que los supuestos “salvadores” no tienen programas ni intención de resolver los problemas enunciados, pero agregan uno que gusta cada vez más a muchos: el garrote.

La disyuntiva no es, pues, democracia corrupta y hambreadora o “autoritarismo honesto”. Es democracia (depurada) o retorno a la barbarie.

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