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¿Democracia o “minocracia”?

La democracia, como sucede con tantos otros conceptos, se convirtió en un término sometido a la “libre interpretación” de quien o quienes la invocan. Ya no es “el imperio de la voluntad popular”, o el “sistema político que defiende el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes”, o “un régimen político cuyas decisiones fundamentales se basan en la opinión de la mayoría y en el cual todos los ciudadanos gozan de los mismos derechos y obligaciones”, que es la forma civilizada de proteger a las minorías.

Ahora ya no significa eso, al menos no para algunos, que la acomodan e interpretan a su antojo, en función a sus conveniencias personales o sectoriales. Y si sus posturas no son aceptadas por la mayoría, es ésta la que se convierte automáticamente en “dictatorial”, “autoritaria” o “discriminativa”; vocablo del que se abusa constantemente en la actualidad, en total desconocimiento de su real significado.

Ayer nomás, un  grupo de jóvenes hizo una parodia de muy mal gusto, evocando al Ku Kux Clan, para acusar al Ministerio de Educación de formar parte de la “ultraderecha cavernícola” por retirar los textos sobre “ideología de género” que se incorporaron de prepo al sistema educativo. Probablemente no tengan la menor idea o solo conozcan de manera muy superficial lo que representa el “Clan” y su modo de accionar, que trasciende por lejos la defensa de posiciones ideológicas conservadoras, para convertirse en una agrupación segregacionista de la peor especie y de neto corte criminal.

De igual modo, aunque sin necesidad de vestirse como lo hacen los de la triple K, se expresan no pocos periodistas y políticos que se dicen “progresistas”.  Unos y otros se regocijan con proclamas  “inclusivas”, algunos hasta hablan del libre albedrío y de un Dios que es “todo amor”, pero descargan su ira contra todos aquellos que, por acción u omisión, avalan un sistema presuntamente “discriminativo”. Y usan de vuelta esta palabra en forma incorrecta, como sinónimo de “segregacionista”, pues la capacidad de discriminar es una virtud del ser humano, que así sabe distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo legal de lo ilegal, lo conveniente de lo inconveniente, lo que es saludable y lo que no; o sea, lo que hacemos a diario desde que nos levantamos hasta que nos acostamos.

Hasta aquí no hay mayores problemas. En una sociedad democrática debemos aprender a convivir respetando la disparidad de opiniones e incluso las formas equivocadas de manifestarlas, en tanto se encuadren en los marcos de las leyes vigentes. Pero lo preocupante es la lógica que sustenta todo esto, especialmente de parte de algunos adultos que fungen de dirigentes o comunicadores, que es la de imponer su voluntad por más que esta contraríe la opinión de una amplísima mayoría, a la cual, en  el acto, califican como fiel exponente de los dinosaurios y a ellos como sus pobres víctimas.

Y no es solo sobre esta cuestión de la “ideología de género”, que hizo su debut recientemente. Igual proceder se observa en sectores campesinos, que denuncian  la “brutal dictadura” cuando no se les permite cerrar calles o andar amenazando a medio mundo con sus garrotes. O en políticos y medios de comunicación a los que nada importa lo que piensa y desea el grueso de la sociedad, sino simplemente lo que ellos quieren o lo que no quieren, a lo cual inmediatamente “declaran” inconstitucional, como si fueran la mismísima Corte Suprema de Justicia.

Hay que poner fin a tanta chifladura y rescatar conceptos y principios básicos, como democracia, que significa el acatamiento a la voluntad de la mayoría y la igualdad entre todos los ciudadanos en materia de derechos, pero también de obligaciones. A lo otro, si quieren, pueden llamarle “minocracia”, como denominaron a este mismo fenómeno en otros países, que sería el imperio de la voluntad de…la minoría, que eso sí tiene mucho de autoritarismo y es un componente esencial de toda dictadura.

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