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Día D, la verdadera encuesta

En 1991 la ciudadanía paraguaya, por primera vez, eligió por voto directo al intendente municipal de cada distrito del país y se realizaron allí las primeras encuestas sobre intención de votos, lo que constituyó toda una innovación. Fueron 4 los sondeos de opinión realizados antes de esos comicios, y nadie creyó en sus resultados hasta que, el día de las elecciones, se confirmó lo anunciado, la victoria del independiente Carlos Filizzola sobre los candidatos propuestos por los partidos tradicionales, ANR y PLRA.

A partir de allí, las encuestas crecieron en credibilidad y confianza puesto que de manera bastante uniforme hicieron pronósticos que terminaban por confirmarse el día de las elecciones. El respeto de la ciudadanía a estos sondeos era tan grande que, cuando se descubrió que sus resultados podían variar la intención de votos de los electores, el Código Electoral dispuso que no pudieran seguir publicándose desde 15 días antes del Día D, a fin de no incidir en el electorado.

Con el correr de los años y de los comicios, la cosa fue cambiando. De a poco, las encuestas dejaron de ser una referencia para la ciudadanía y se convirtieron en una estrategia de campaña para los candidatos. Cada postulante a un cargo electivo empezó a contratar a una encuestadora, originalmente para que le diga cómo está su campaña, pero cuando algunos veían que estaban bien posicionados, empezaron a publicar los resultados en los medios de comunicación.

Si alguno no figuraba como ganador tampoco importaba demasiado puesto que con un porcentaje más alto aquí, otro allá, finalmente la encuesta salía al gusto y paladar de quien pagaba al encuestador. Y esto se convirtió en costumbre. En las últimas elecciones, tanto municipales como nacionales, se convirtió en costumbre “la guerra de encuestas” que se inicia poco antes de que empiece la veda para publicarlas.

De esa manera, un método científico y respetado en otros países, que suele contribuir para que un sector de la sociedad asuma una postura determinada sobre un producto, una tendencia o un candidato, aquí se convirtió en un pingue negocio que volvió millonarios a varios encuestadores, cuando descubrieron la mina de oro que tenían en sus manos.

Así llegamos a hoy, cuando las encuestas no son más que reflejo de lo que desean quienes las encargan. Por eso es que jamás hemos visto una encuesta publicada en los diarios ABC o Última Hora, que diera ganador a un candidato del oficialismo, y mucho menos en los últimos 4 años, desde que Aldo Zuccolillo y Antonio J. Vierci declararon la guerra a Horacio Cartes. Como este es un país cortoplacista y de poca memoria, a nadie parece importar que finalmente el día de las elecciones los resultados contradigan lo que dijeron estos gurúes de la premonición.

Y así siguen, publicando con bombos y platillos contundentes encuestas que dan perdedor al candidato oficialista. Ahora apoyan a Mario Abdo Benítez, y en las generales lo harán con Efraín Alegre. No importa que los resultados demuestren una y otra vez que mienten, que falsean los resultados. Ellos siguen tan campantes, presumiendo de ser dueños de la verdad.

“Mientras otros hacen encuestas, nosotros trabajamos”, dijo Cartes en uno de los últimos actos de campaña. Y tiene razón, porque finalmente, la única encuesta cierta, la que nunca falla, es la del día D, así les pese a los paladines de la verdad y la honestidad.

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