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El camino a seguir

Cada año se repite la historia con una precisión digna de mejores objetivos. Llegan las lluvias, el río se desborda y las familias que viven en la costa deben abandonar sus hogares y subir a tierra firme en busca de alguna tabla de salvación que casi siempre es dada de mala gana y con muchas restricciones.

Los damnificados son un lastre para quienes deben soportar su invasión anual, no porque carezcan de sentido solidario ni buen corazón, sino porque deben soportar que estos vecinos provisorios y molestos todo lo destartalen. Como ellos –los damnificados- no tienen sentido de pertenencia en el lugar en el que les ubican, no les interesa destruir todo a su paso, sin ningún tipo de respeto hacia los habitantes permanentes del lugar.

Allí está lo que ocurre en la avenida 21 Proyectadas del barrio Tacumbú. Pocas vías públicas tienen tanta vida como esta. Los vecinos de la zona hicieron plazas, canchas de fútbol y parques infantiles en el paseo central. Todos los domingos se vuelcan hacia allí y se nota una intensa vida familiar y de buena vecindad. En cualquier lugar del mundo, esta iniciativa ciudadana sería respetada, conservada y protegida por el Estado.

Aquí eso no ocurre. Cuando llegan las crecidas del río, ese paseo central lleno de vida es ocupado por precarias viviendas de cartón y un poco de madera, en donde se refugian los damnificados que de pronto invaden toda la avenida con sus pocas pertenencias. Pocas, pero molestosas para esa gente que vive allí y allí cría a sus hijos, que tiene que resignarse a que por varios meses desaparezca ese espacio de esparcimiento que ellos mismos construyeron.

Las lluvias cesaron, a pesar de lo cual siguen de pie las casuchas levantadas sobre 21. Según la Secretaría de Emergencia Nacional, todavía hay 13 mil familias que no han podido retornar a sus hogares.

 A lo que vamos es que este no es un fenómeno que llegue de sorpresa y sin aviso, a pesar de lo cual, cada vez que ocurre encuentra a todo el mundo ocupado en otras cuestiones y sin saber qué camino tomar para que el proceso no se repita.

Por primera vez hay una decisión seria de paliar –en una interesante medida- el problema y encontrarle una solución definitiva. El barrio San Francisco que el gobierno empezó a construir en el ex RC4 dará vivienda permanente a 1.000 familias de damnificados, con infraestructura que jamás se ha visto en el país.

Es apenas un primer paso, pero este es el camino a seguir. Hay que encontrar lugares adecuados para construir barrios similares a este, que permitan que estos compatriotas que viven debajo de la línea de pobreza y que solo consiguen despertar interés de la ciudadanía cuando molestan, puedan acceder a una vida digna, la que una persona tiene cuando su familia duerme bajo un techo y no en el agua.

Ahora hay tiempo relativamente suficiente como para que la crecida del río ya no nos vuelva a pillar por sorpresa y sin respuesta a las urgencias. El gobierno central, los municipios y las empresas dentro de sus programas de responsabilidad social, deberían embanderarse con la solución definitiva para los compatriotas damnificados. Y así que bueno sería que surjan varios emprendimientos como el barrio “San Francisco” y que el éxodo cíclico de los damnificados se convierta simplemente en un mal sueño.

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