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El “olvido” colectivo

Todo lo que hemos avanzado en el terreno de la economía en las últimas 3 décadas, que fue mucho, nadie lo duda, no lo hicimos ni por asomo en el de la política, en el de la institucionalidad y la democracia. Esas siguen siendo materias pendientes y causas de las crisis recurrentes que nos golpearon a lo largo de todo el periodo transcurrido desde la caída de la dictadura. Y vaya si no es así. 30 años después de haber conquistado la libertad, el presidente no solo mostró con desfachatez su hilacha stronista, sino, además, se atrevió a burlarse de la gesta del 2 y 3 de febrero, la más importante de la historia reciente de nuestra patria. Pero claro, a esto no se llega solo como producto de la ignorancia que caracteriza al  jefe de Estado, ni a su indiscutida raigambre autoritaria. La “oposición”, por llamarla de algún modo, ha tenido una altísima cuota de responsabilidad para que ello suceda.

El “olvido” colectivo del trigésimo aniversario del golpe que derrocó a Stroessner, no puede considerarse un simple “descuido”, un hecho “casual”, ni nada por el estilo. Y no hablamos solo del gobierno, cuya identificación con el régimen defenestrado entonces explica sobradamente su “amnesia”. Nos referimos a toda la dirigencia opositora, a la cúpula de todos los partidos, sin excepción. Desde Efraín Alegre, Desirée Masi y Carlos Filizzola, hasta los que prometían “cambiar la política”, como Kattya González y Fidel Zavala, entre tantos otros; desde el PLRA y el PDP, hasta Patria Querida, el Encuentro Nacional y el Frete Guasu. No se salva ninguno.

Semejante omisión no es más que una consecuencia de la política que implementaron durante años. La euforia libertaria tras el destierro del dictador había durado muy poco. La oposición de entonces se “acomodó” muy pronto y aceptó mansamente el rol de actor secundario que le asignó el oficialismo. A la par de esto, los crímenes del stronismo no eran objeto de investigación, menos aún de castigos, en tanto que los cientos de asesinados, desaparecidos y torturados, así como los miles de apresados y exiliados, fueron desapareciendo progresivamente hasta de los discursos.

Lógicamente, si las tareas democráticas más elementales fueron abandonadas por las organizaciones opositoras, como todo lo relativo a la barbarie stronista de más de tres décadas, huelga decir que en el firmamento político de la oposición nunca ocupó un lugar de importancia el desarrollo y la consolidación de las instituciones democráticas.  Renunciaron  a sus proyectos y solo se dedicaron a ocupar “cuotas de poder”, para beneficio propio. Y a caballo de la política del “toma” y “daca” se fueron corrompiendo con el correr del tiempo, alcanzando niveles insospechados cuando estuvieron en el gobierno por un período, beneficiados por las fracturas internas del coloradismo.

Las graves crisis políticas que sacudieron a la República obedecieron, en gran medida, al letargo con el que transcurrió la llamada transición, a lo largo de la cual jamás se debatieron -y menos se implementaron- mecanismos para saldar cuentas con el pasado y construir un sistema institucional sólido. Desde la primera intentona golpista de Lino Oviedo, en el 92, pasando por el trágico marzo paraguayo y más recientemente con la enmienda, hasta el mamarracho que rodea la intervención de la Municipalidad de Ciudad del Este y el caos allí imperante, son demostraciones elocuentes de cuanto afirmamos, que nos conduce peligrosamente por la senda de lo que el Dr. Juan Carlos Mendonca definiera como “anomia moral y jurídica”, es decir, la inexistencia de reglas y/o el irrespeto de ellas por parte de los poderosos.

En este contexto, el solo hablar de “reforma del Poder Judicial”, “independencia de los poderes del Estado” o, algo que hoy está en boca de muchos políticos, “combate frontal  la corrupción”, no pasa de ser un chiste de mal gusto, vulgares “engaña bobos”.

La realidad, hoy por hoy, es que tenemos un presidente definidamente stronista, tal como lo advertimos en ADN ya en el marco de las internas de la ANR, de quien lo menos que podemos esperar son exabruptos como lo dicho sobre el 2 y 3 de febrero del 89 y, por otro lado, una oposición  que desde los comienzos mismos de la transición arrió las banderas democráticas y las puso en el placard,  en donde están siendo comidas por las polillas.

Mal que les pese a unos y otros, el único intento serio por avanzar en materia de gestión pública  y respeto a las instituciones, fue en el periodo 2013 al 2018, durante el gobierno de Horacio Cartes, que se truncó con el arribo de otro Abdo Benítez al Palacio de López. Y del sector que lidera el expresidente en la ANR, así como de las reservas democráticas que con certeza existen en el liberalismo y otras fuerzas, dependerá la posibilidad de revertir las desfavorables condiciones del presente.

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