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Eternizados en el cargo

Aunque la Constitución Nacional no crea la figura, de hecho son varios los senadores que van camino a convertirse en vitalicios puesto que desde el golpe de Estado del 89 o pocos años después, han ganado una banca en el Congreso y allí permanecen, firmes y, muchos, buscando ser reelectos para el próximo período 2018-23.

La representación más contundente de que el golpe de Estado significó un buen negocio para muchos políticos de barricada, que pasaron de la supervivencia a una vida suntuosa, es el colorado Juan Carlos Galaverna. El ahora anciano político está en el Congreso desde hace 28 años ya que fue electo diputado en las primeras elecciones realizadas después de la caída de la dictadura.

En estas casi 3 décadas, jamás ocupó otro cargo como varios otros colegas suyos que asumieron en ministerios, embajadas o instituciones del Estado. Todo este tiempo él fue sola y exclusivamente parlamentario. Cuando entró a Diputados, era un tipo que no conocía absolutamente nada de la formación de leyes, y jamás se distinguió por haber presentado importantes proyectos ni haber contribuido a la elaboración del marco legal de la República. Pero casi desde el comienzo mostró un juego de cintura tan hábil que llegó a convertirse en el monje negro de la transición, manejando los hilos del poder de manera absoluta.

Otros, como los liberales Blas Llano, Miguel Abdón Saguier, Julio César Franco y Luis Alberto Wagner, quienes también llevan varios periodos en el Congreso, sí dejaron su trabajo legislativo por algún tiempo al haber aceptado algún ministerio en el Ejecutivo. De todos modos, llevan más de una década como dueños absolutos de una banca en el Senado y tal parece que ellos tampoco tienen intención de jubilarse puesto que, excepto Yoyito, todos pretenden el recutu.

Así que, de hecho, sí existe el vitaliciado en el Poder Legislativo. Y esto es malo por donde se le mire; fundamentalmente, estas figuras anquilosadas y quejumbrosas, llenas de mañas y sin grandes expectativas, lo que hacen es bloquear la posibilidad de que las bancas sean ocupadas por gente joven, nueva, que todavía sueña con construir un país mejor.

¿Qué sueño pueden tener Calé o Tito Saguier? En estos años, ambos participaron de todo tipo de entuerto, negociación, transa, y han torcido la interpretación de las leyes cada vez que eso convenía a sus intereses. Esto no pretende juzgar a ninguno de ellos sino simplemente poner en evidencia que ninguno de los 2 puede aportar una mínima parte de lo que podrían legisladores jóvenes, decididos y, sobre todo, no envilecidos por ese permanente negociado que parecen las cámaras del Legislativo.

A diferencia de lo que ocurre en el Poder Judicial, que alienta el vitaliciado de los magistrados porque es lo que les da madurez y experiencia, en el Congreso lo que se necesita es sangre nueva, vital, comprometida y no a estos viejos manguruyuses cuya principal actividad legislativa es quedarse dormidos durante las sesiones del plenario.

Quizás el ministro de la Función Pública, Humberto Peralta, no estuvo tan equivocado cuando el año pasado le recordó a Tito Saguier que ya había sobrepasado la edad para jubilarse.

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