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Hagámos un trato, Señor Presidente

Ayer, en horas de la madrugada, la mafia del narcotráfico volvió a mostrar su poderío, ésta vez en la localidad de Ypejhú, departamento de Canindeyú. Entre 20 a 30 hombres (las cifras varían) distribuidos en 5 vehículos, demolieron tres residencias a bombazos y redujeron a cenizas una playa de venta de automóviles, pertenecientes a una familia que tendría vínculos con el crimen organizado. El presidente de la República asistió más tarde a un evento en Caaguazú, en el que, esperábamos, se pronunciaría ante tan grave acontecimiento, no solo por su magnitud, sino porque es el sexto hecho de violencia que sacude el país en tan solo 31 días. Pero nos equivocamos. Prefirió evitar el tema, limitándose a calificarlo como “una batalla de narcos”, y se refirió casi exclusivamente a las proezas de este gobierno, algo recurrente en sus últimas declaraciones.

La versión oficial de lo sucedido estuvo a cargo  del viceministro de seguridad del Ministerio del Interior, Hugo Sosa Pasmor, el comandante de la Policía y otros jefes policiales, que no aportaron nada relevante, más que el relato de lo sucedido, compartido por comunicadores y vecinos del lugar. Después se expidió también el director de la Senad, Arnaldo Giuzzio, repitiendo el descubrimiento de Abdo Benítez: “Aparentemente es así (un conflicto entre narcotraficantes). Es una zona olvidada hasta por Dios”, dijo, agregando que “en la frontera es así la modalidad”.

A decir verdad, para un informe de este tipo no hace falta ser presidente, ni viceministro de seguridad, ni comandante de la Policía, ni titular de la Senad. Pero además, lo que resulta sorprendente es la poca importancia y la “naturalidad” con la que se refirieron a lo sucedido, como si fuera algo completamente “normal”, del cual pudieran hasta desentenderse, al extremo de otorgarle un carácter “divino” (o “maligno”) a semejante flagelo. Y lo hizo nada menos que el responsable de combatirlo.

Podemos hacer mil conjeturas acerca de este comportamiento de las autoridades, desde que viven en una burbuja, hasta que no tienen la más pálida idea de qué hacer frente a la ola de violencia que golpea al país. En cualquiera de las hipótesis, la conclusión es preocupante, pues significa que los encargados de la seguridad del Estado paraguayo están sobrepasados por la realidad. Y en lugar de admitirlo, esconden la cabeza como el avestruz o directamente huyen hacia adelante, tratando de pintarnos “el país de las maravillas”, en el que “ahora se hace lo que no se hizo en 53 años” y otros disparates por el estilo, que a nadie sirve de consuelo.

Si el presidente insiste tanto en difundir lo que considera “avances que no se comparan” con los de otros gobiernos, salvo con el de Stroessner, al que nunca incluye en la lista de “superados” por su administración, le proponemos un trato que puede satisfacer su ego, pero, sobre todo, beneficioso para el país.

Le prometemos que nosotros vamos a contener la risa y no diremos una sola palabra que contraríe su versión sobre los “logros históricos” del actual gobierno en los más variados ámbitos; después de todo, cualquiera necesita sus “15 minutos de gloria”. Le aseguramos también que disimularemos nuestro malestar cuando, ante problemas imposibles de ocultar,  opta por echarle la culpa al pasado y aplica “la gran Cucho”, o sea, “hasta ahí nomás les voy a decir”.

En síntesis, le escucharemos todo eso en absoluto silencio. Pero, a cambio, le pedimos, le reclamamos y hasta imploramos, nos diga de una buena vez a todos los paraguayos qué piensa hacer frente a las graves situaciones que se registran en diversas áreas, como la seguridad, entre otras. Un hoja de ruta, un plan de algunas líneas, “alguito” que nos permita saber a dónde vamos y así, cada uno desde la ubicación en que nos encontramos, aportar algo para sacar al país del letargo, que inevitablemente se transforma en retroceso.

Es un trato justo. ¿no le parece?

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