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La cara oculta de Acero Zuccolillo

Desde hace unas semanas vienen realizándose publicaciones que muestran una imagen totalmente diferente a la que siempre vendió Aldo Zuccolillo, uno de los empresarios más poderosos del país y dueño del diario ABC Color. Negociados de diferente índole, en los que habrían participado algunas de sus empresas, su pretensión de acallar a ADN a causa de sus publicaciones y, ahora, el abierto atentado al ambiente generado por Inmobiliaria del Este S.A. en Ciudad Presidente Franco, nos muestran a un personaje retorcido, manipulador e inescrupuloso, muy diferente al adalid de la Justicia, la institucionalidad y la libertad de expresión, de lo que tanto había presumido hasta ahora.

Nadie duda de que Zuccolillo sea uno de los hombres más ricos del país. Y más poderosos, podríamos agregar, por ese poder inmenso y difícil de controlar que le da el ser dueño de un medio de comunicación que durante mucho tiempo fue el de mayor tirada en el país. Aunque esta situación ha cambiado sustancialmente en el último tiempo, ABC sigue presumiendo de la fama ganada, más que nada porque el patrón no está dispuesto a aceptar que le llegó el tiempo de las vacas flacas, también en lo que respecta a la preferencia de la opinión pública.

Ese poder que tuvo durante tanto tiempo es lo que le permitió manejar a su antojo a la Justicia, marcar la agenda del gobierno y pasar letra a senadores y diputados de diferentes colores, porque gozar del favor del todopoderoso, haciendo lo que ordenaba, podía salvarles de alguna publicación que echara por tierra su fama y buen nombre.

Seguramente ni él mismo supo cuando la cosa empezó a cambiar. Posiblemente fue luego de que Horacio Cartes ganara las elecciones en 2013 y se negara a seguir la agenda marcada por ABC, imponiendo un criterio propio a sus actos de gobierno. Esto era algo a lo que ni Acero ni sus acólitos estaban acostumbrados. Convertirse, de golpe y porrazo, en Juan Pueblo, fue un trago duro para quienes se habían acostumbrado a manejar al gobierno, los otros poderes del Estado y hasta a los demás medios de comunicación, en leales que estaban al servicio de su voluntad y antojo.

Para colmo, el surgimiento de medios de comunicación que lograron mantenerse independientes de la nefasta influencia de ABC hizo que los negociados, entuertos y exabruptos del patrón empezaran a conocer la luz pública, lo que, a su vez, generó que una corriente ciudadana más pensante y difícil de engañar empezara a darse cuenta de que no era cierto que lo que decía el diario de Acero sea una verdad incuestionable.

Así se conocieron sus negociados y, cuando el asunto llegó a un punto sin retorno, perdió los estribos y mostró su verdadero rostro, ese que había permanecido oculto durante demasiado tiempo, amparado por cientos de cómplices distribuidos en todos los estamentos de poder.

Ese rostro es el que ahora vemos todos; el del censurador descontrolado, que presiona a humildes trabajadores que dependen del empleo que tienen en su diario para impedir que nuestro diario llegue a sus lectores. Ese “señor” que ha presumido sin cansancio y con descaro de ser el gran superhéroe de la libertad de prensa, ha mostrado que no es más que un vil censurador, dispuesto a acallar a un medio con tal de seguir ocultando sus viles negociados, que nada tienen que ver con el compromiso ante la opinión pública, del que tanto presume su diario.

El verdadero rostro de Zuccolillo es éste que hoy vemos de manera desnuda y sin escrúpulos para sus sucios negocios, prepotente, altanero, manipulador y ahora censurador.

Y le molesta que toda esta basura haya salido a la superficie.

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