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La cobardía de los bravucones

En política observamos con mucha frecuencia que algunos dirigentes son muy sueltos de lengua para lanzar improperios contra medio mundo cuando están frente a un micrófono y, sobre todo, cuando el “blanco” de sus diatribas se halla ausente. Lo hizo “Marito” toda vez que pudo contra el precandidato presidencial del oficialismo, Santiago Peña, hasta que se cruzó con él en un par de debates y terminó huyendo con el rabo entre las piernas. También es muy común este proceder en Enrique Bacchetta, Desirée Masi, Luis Alberto Wagner, “Beto” Ovelar y otros. Hasta el expastor Arnoldo Wiens entró al juego, difundiendo “videítos desafiantes”. Lamentablemente no escapan a este fenómeno ciertos comunicadores, quienes del odio más atroz hacia algún personaje pasan a profesarles respeto y hasta admiración, sin razones que se conozcan, lo que como práctica resulta cuanto menos “sospechosa” en el ejercicio del periodismo.

El caso más extremo probablemente sea el de la dupla conformada por Enrique Vargas y Carlos Gómez, quienes en el pasado fungieron de “estrellas” en los medios del Grupo Cartes, del que salieron en muy malos términos. Tal vez esa sea la explicación del enojo que destilan a la hora de opinar sobre los directivos de dicho conglomerado, en forma reiterativa y hasta monotemática, culpándolos de todos los males habidos y por haber, al colmo de responsabilizarles de que se sancionara la Ley de Condonación de deudas a sectores campesinos, lo que carece de toda lógica.

Pues bien, a partir del momento en el que Santiago Peña se afilió a la ANR y, con más ahínco, desde que se oficializó su postulación a la presidencia de la República por el movimiento “Honor Colorado”, Vargas y Gómez lo insultaron de todas las formas imaginables. No lo criticaron, algo que podría considerarse normal en el periodismo de opinión y a lo que, además, todo el mundo tiene derecho, sino que buscaron denigrarle en todo momento. El concepto más suave que utilizaron para referirse al exministro de Hacienda fue el de “empleadito de Cartes”, como sinónimo de “tembiguai”, de siervo o esclavo.

Hasta que lo tuvieron al frente de ellos el pasado domingo, en el programa que conducen en uno de los canales de Antonio J. Vierci. De golpe y porrazo se convirtieron en lores ingleses, principalmente Vargas. “Santi” de aquí, “Santi” de allá, quien terminó dándoles un paseo de antología, incluso en el satanizado tema de los cigarrillos, respecto del cual terminaron admitiendo que la fábrica del presidente no incumple con ninguna obligación impositiva, lo que en todo caso podría acontecer con algunos compradores que no tributan al ingresar al Brasil y que escapa a las facultades del Estado paraguayo.

“Marito” y la dupla periodística deberían aprender la lección, porque con sus bravuconadas no denigran a sus “presas”, sino se denigran a sí mismos. Y quedan en ridículo, porque como ese tipo de actitudes resultan imposibles de sostener ante una sociedad como la nuestra, partícipe de un país que está cambiando, se ven obligados a callar cuando se los enfrenta con argumentos o, como el líder “añetete”, a anunciar que ya no se presentará a futuras batallas, tras experimentar que la otra parte las libra en el campo de las ideas y las propuestas.

Y si no lo hacen, peor para ellos. Después de todo, la historia está plagada de malos políticos y también de malos periodistas, a quienes por un tiempo se los conoce como tales y, después, se los olvida.

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