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La Iglesia, así, no tiene cura

Muy asiduo a recurrir a los golpes de efecto, el Papa Francisco declaró días atrás la conveniencia de que los casados puedan ejercer el sacerdocio, cuya eventual implementación eliminaría de un plumazo el celibato clerical, vigente desde el Concilio Laterano de 1123 y ratificado por todos los Concilios posteriores, que fueron aplicándolo con mayor rigor. Al brindar los argumentos para avalar el pretendido cambio, después de casi 900 años, el obispo de Roma dejó en evidencia una pobreza sin igual, como si rindiera honores al nombre que eligió al aumir su pontificado. Según él, así se superaría la falta de vocaciones, es decir de curas, y disminuirían los escándalos sexuales en los que se ven envueltos miembros del clero. Pero ¿En qué fundamenta estas afirmaciones? Si es que lo sabe, hasta ahora no lo dijo.

Ante el problema de las vocaciones, que por cierto cada vez hay en menor cantidad y…calidad, la pregunta que debieran hacerse Francisco y sus seguidores es porqué se produce tal fenómeno y en qué viene fallando la Iglesia para que eso suceda, pues que evidentemente algo está haciendo mal, en lugar de disparar de manera “encubierta” contra el celibato, que puede y debe discutirse, pero por cuerda separada.

De hecho, no se trata de un dogma de fe. La Iglesia Ortodoxa admite hombres casados y la misma Iglesia Católica en los países donde predomina el rito Bizantino, donde tiene muy poca influencia, también. Pero al mismo tiempo, como disciplina general, el celibato es considerado como un “don Divino” y su práctica tiene buenos motivos históricos, como los registrados en el meioevo, cuando no pocos papas, obispos y sacerdotes no se entregaban  a Dios “a tiempo completo” y muchos de ellos eran protagonistas de resonantes actos de corrupción, en el más amplio sentido de la palabra.

La realidad de la Iglesia en el Paraguay puede ayudar a entender la situación. Los obispos, cómodos y aburguesados, transcurren su episcopado cual funcionarios públicos que hacen de su “conchabo” algo liviano hasta el momento de la jubilación, en el caso de ellos, privilegiado. No mueven un dedo para buscar a los que se sienten llamados para ejercer el sacerdocio o para contribuir  a despertar en ellos esa vocación, si es que la tienen. Y a quienes lo hicieron, como en Ciudad del Este hace algunos años, obteniendo el extraordinario resultado de unos 200 seminaristas y decenas de nuevos sacerdotes, lo aplastaron. O sea, no hacen, ni quieren que se haga, como sucede en gran parte de la Iglesia Universal, de la mano de Francisco. He ahí el problema de fondo.

Dice el Papa que “así disminuirán los problemas de índole sexual”. Mentira. En lo que respecta a la pedofilia, ésta es una patología que puede afectar a célibes y no célibes, ateos y creyentes, ricos y pobres, civiles y militares, altos y bajos, gordos y flacos, negros y blancos, solteros y…casados;  por lo cual, afirmar que casos de esta naturaleza se reducirían habilitando el sacerdocio a los que se hallan unidos en matrimonio, es solo un acto de ignorancia o de mala fe, que contradice los dictados más elementales de la ciencia.

También dice que los casados tendrían resuelto el problema de las “tentaciones”. Pero también es mentira. Y prueba de ello es que muchos de nuestros curas no se conforman con una sola “sobrinita”, como lo demostró el exobispo Lugo, entre tantos otros.

Finalmente concluye sosteniendo que con la “novedosa” receta, que tiene más de 9 siglos, habrá más sacerdotes. Esto podría ser, porque se ampliaría el “mercado”. La pregunta es de qué tipo, pues la Iglesia no es una bolsa de trabajo y los casados, desde “el vamos”, no dedicarán su vida, sino apenas una parte de ella,  a “cuidar al rebaño”.

Entonces, ¿Qué es lo que pretende Fracisco? Si en verdad quisiera contar con más sacerdotes, de los buenos, tebdría que alinear a los obispos para que en lugar de hacer política partidista, desarrollen su labor pastoral y espiritual entre las “ovejas”. Y, sobre todo, tendría que potenciar seminarios en los que se formen a los futuros sacerdotes de manera integral, en lugar de perseguirlos o de permitir que funcionen solo para producir unos poquitos curas, para colmo mediócres, con los mismos vicios que sus “formadores”.

Con la vieja fórmula que Francisco proyecta desempolvar, la Iglesia no tiene cura, ni la tendrá.  A lo sumo aumentará su planilla de personal, con empleados de medio tiempo y, para colmo, con los mismos defectos de los ahora célibes.

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