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La política y el … “tatoo”

Mario Melanio Medina, obispo de la Diócesis de Misiones, lanzó por segunda vez un globo sonda sobre su eventual candidatura a la presidencia de la República, aunque aseguró haber rechazado “cinco ofertas” que le hicieron al respecto; y Claudio Giménez, obispo de Caacupé, destinó parte de su homilía durante el novenario en homenaje a la Virgen a estigmatizar a los jóvenes que usan tatuajes. ¿Qué está pasando con los miembros del episcopado? Parecieran deambular en un laberinto de disparates, muy distantes de la labor evangelizadora que, en teoría, es la razón de ser de todos ellos.

Monseñor Medina nos tiene habituados desde siempre a sus intervenciones políticas, la mayoría de las veces desatinadas y carentes del menor rigor.  No nos referimos a la época del stronismo, cuando  la Iglesia era el único refugio de los perseguidos y entonces resultaba plausible que la jerarquía asumiera un rol activo en materia de defensa de los Derechos Humanos. Hablamos de la etapa democrática, en la que él y muchos de sus colegas, en lugar de reorientar “la nave” y dedicarse enteramente a lo que a ésta le compete, que se resume enguiar espiritualmente a los fieles católicos, siguieron con la misma inercia de antes. Primero, alentando cuanta candidatura opositora surgiese, llámese Carlos Filizzola, Guillermo Caballero u otros, hasta que se convirtieron indisimuladamente en operadores “full time” de Fernando Lugo, de quien después recibieron las “dádivas” correspondientes.

Ahora, a punto de jubilarse, Medina por lo visto cree que es “su turno”; si no para presidente, al menos para algún otro cargo electivo, por lo que recurre  a estas jugarretas mediáticas, que serían absolutamente injustificadas si él no tuviera algún interés en la materia.

Y de la infeliz “reflexión” de Monseñor Giménez sobre el “tatoo”, ¿Qué podemos decir? ¿Que tiene algún contenido teológico o doctrinario?, no. ¿Que la Iglesia tomó alguna vez una decisión al respecto?, tampoco. ¿Que los que no usan tatuajes, la mayoría, tienen “el alma llena”?, menos.

Pero ante la oleada de críticas que generó con su bochornosa apreciación, Monseñor quiso arreglar las cosas y le fue peor. “No dije que todos son así, hay que saber distinguir. Hay jugadores que se ponen el tatuaje de su hijo, o alguna frase religiosa, y son formas de dar mensajes”, señaló, lo cual significa, según su curiosa interpretación, que ellos serían muy distintos, superiores en todo sentido, a los “pobres de espíritu”, o “vacíos”, por usar su término, que se tatúan figuras geométricas, animales o insectos.

En fin, aun guardando las diferencias, pues uno está obsesionado por la política, mientras el otro por su aversión al “tatoo”, Medina y Giménez tienen algo en común, extensivo a la mayoría de sus pares: Expresan la total desorientación de un episcopado que está en cualquier cosa, menos en lo que le corresponde, además de la inocultable mediocridad de sus integrantes.

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