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Las cosas como son

Por: Marilut Lluis O’Hara
Por: Marilut Lluis O’Hara

Posiblemente sea cierto que uno de los jueces que entendió en la causa en contra del senador colorado Víctor Bogado hizo tan mal las cosas que a la Cámara de Apelaciones no le quedó más remedio que anular todo el juicio.

Pero eso no evita que nos invada ese sabor amargo, esa sensación desagradable de pensar que estas cosas solo ocurren cuando el que está procesado es un tipo poderoso, una autoridad. Ningún Juan Pérez acusado de haber robado la gallina del vecino va a tener la suerte de que el magistrado que le toque en suerte haga tan mal las cosas como para que su juicio tenga que ser anulado.

En realidad me queda la duda de quién tiene la culpa. Si el juez de marras recibió alguna dádiva para cometer errores “involuntarios” que invaliden todo lo actuado, o fueron los miembros del tribunal los que recibieron el consejo de mostrar un prurito especial a la hora de analizar los hechos. Sea como fuere, de lo único que no dudo es de que Bogado o alguno de sus secuaces metió la mano para lograr una anulación que echa por tierra cualquier esperanza que pudiéramos haber tenido de que habría un ladrón menos ocupando un cargo público.

Lo gracioso en esta cuestión –en realidad nada es gracioso pero es un cliché- es que estos miembros de tribunal dicen que esto no significa que se ha declarado a Bogado inocente, y que se puede volver a iniciar todo el proceso. Hace más de un año que se intenta elevar la causa a juicio oral y público de este sujeto, que aprovechó su banca en el Congreso para mantener a la niñera de sus hijas utilizando las arcas del Estado.

Durante todo este tiempo, su abogado y el de la niñera chicanearon tanto el proceso que se tuvieron que suspender las audiencias una y otra vez, cambiar jueces, fiscales, eré erea, con tal de impedir que se pudiera continuar con la denuncia. Seguramente para un tipo como Bogado, que fue presidente de Conatel, diputado y ahora senador, le resultaba muy molestoso tener que someterse a la Justicia como cualquier hijo de vecino.

Esta es una característica de cualquier político paraguayo –con pocas y honrosas excepciones- que cuando llega a un cargo público ya siente que está por sobre el mal y el bien y que la vara de la Justicia no puede alcanzarle.

En fin, ya no hay juicio a Víctor Bogado ni a su niñera de oro. Y aunque son muy chulos los que dicen que no hay drama, que se empiece nomás todo de nuevo, habrá que ver quién hará la denuncia, si la Fiscalía actuará de oficio volviendo a imputarlos, si el Senado tendrá que volver a desaforar al badulaque, si qué juez entenderá en la causa, o sea… nada. Lo más probable es que ya no pase nada y de nuevo tengamos que tragarnos la amarga lección de que en este país las leyes rigen solo para quienes no tenemos la sartén por el mango.

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