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Debe liderar la restauración de la república democrática

Por: Ella Duarte. Escritora. Consultora Internacional en Políticas Públicas.
Por: Ella Duarte.
Escritora. Consultora Internacional en Políticas Públicas.

El autoritarismo corporativista y militarista duró 59 años en el Paraguay. Nació como corriente universal en respuesta a la crisis del liberalismo en 1930 y se instaló en Paraguay con el golpe del 36.  Se consolidó bajo el orden mundial bipolar de la guerra fría.  Se desestabilizó con la caída del muro de Berlín en 1989 y terminó perdiendo su base legal con la nueva, aunque confusa, Constitución de 1992.

Hoy, 26 años después de la vigencia de un nuevo orden constitucional, la discusión doctrinaria se reinstala en la ANR, como ocurrió entre 1947 y 1954 y como volvió a ocurrir a partir de 1992. Esa discusión, lamentablemente, está cargada de una retórica populista, prebendaria y beligerante, heredada del autoritarismo, tan alejada de aquella gran visión primigenia -propia de un estadista-  que dio origen al partido y que vale la pena desempolvarla.

La doctrina del partido colorado está claramente expuesta en su propio nombre:  Asociación Nacional Republicana. La doctrina nacionalista atribuye entidad propia y diferenciada a un territorio y a sus ciudadanos y propugna como valores la preservación de sus rasgos identitarios, la independencia y la lealtad a la Nación. La doctrina republicana propone y defiende como modelo correcto para un Estado la “república” que se basa en el imperio de la Ley y la igualdad ante ella, con el fin de proteger los derechos y las libertades ciudadanas.

El fundador de la ANR introdujo al Paraguay en la modernidad hace 138 años porque no le tembló la mano para ejecutar las reformas que el país necesitaba en ese momento para romper con el círculo vicioso de la miseria y el estancamiento.

La ANR, al igual que el Partido Liberal, nació en un momento muy crítico de nuestra historia, dos años después que las tropas de ocupación se habían retirado del país. Su fundador, el General Bernardino Caballero, no era un improvisado. Había gobernado el país desde 1880 a 1886, antes de la fundación de la ANR: En seis años pudo romper prácticas paradigmáticas que sobrevivían desde la era colonial (estanco al tabaco y a la yerba mate, aislamiento, régimen feudal de la propiedad) e instalar sobre bases sostenibles un nuevo modelo de país cuyas bases legales estaban en la Constitución de 1870.

 El Gobierno de Caballero instauró la vigencia de la propiedad privada, promovió el desarrollo del mercado inmobiliario, la migración y la inversión extrajera directa, estableció un nuevo sistema tributario basado en la renta de las inversiones que permitió al gobierno generar ingresos tributarios que volvió invertir en vialidad y en escuelas públicas, lo que a su vez incentivó inversiones para la prestación de servicios públicos. Y gestionó la cuantiosa deuda externa que habían acumulado- y despilfarrado- sus predecesores aferrados a viejos modelos. Su gobierno no debería considerarse colorado ya que el partido propiamente fue fundado recién en 1887. Sin embargo, fue su visión de estadista la que quedó plasmada en el “Manifiesto” fundacional de la ANR que resume la doctrina partidaria en esta frase: “El Partido Nacional Republicano es una agrupación de ciudadanos que, animados de un sentimiento común, el de la prosperidad y engrandecimiento de la patria, dirigirá todos sus anhelos a hacer efectivos los grandes propósitos consignados en el bello preámbulo de la Constitución Nacional”.

La ANR ha demostrado a lo largo de nuestra historia una gran capacidad política para entender y adaptarse a los signos de los tiempos.  Hoy tiene la oportunidad de liderar la efectiva restauración de la república democrática Para poder hacerlo tiene que volver a su esencia doctrinaria y despojarse de toda la carga ideológica populista y de los vicios clientelistas que fue acumulando durante el autoritarismo. Sólo podrá hacerlo con varones y mujeres con liderazgo constructivo. Los caudillos verborrágicos y beligerantes son rémoras del pasado que en nada contribuyen a la construcción doctrinaria y si impiden que el partido asuma el rol histórico al que está convocado.

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