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Entre los brindis, el más hipócrita

Este editorial fue escrito pensando en aquellos que, al recuperarse de la resaca, ya ni recuerdan fragmentos del “espíritu navideño” que seguramente les embargó en algún momento, la noche del pasado 24. Especialmente en los que tienen la posibilidad de cambiar las cosas, la vida de sus “semejantes”, pero no hacen el menor esfuerzo para lograrlo, no mueven un solo dedo, salvo para contar el dinero sucio que a diario circula por sus manos. En todos ellos y en los muchos que, tal vez, incluso se emocionaron al brindar por el nacimiento de Jesús, sin aproximarse siquiera a leguas del sentido de la celebración, por desconocimiento o, en la mayoría de los casos, porque nunca tuvieron la menor intención de practicar las enseñanzas que de ella se derivan, reducida a la degustación de algunos manjares y abundante bebida, además del intercambio de regalos.

No nos imaginamos a ninguno de ellos pensando en que Dios se hizo hombre, vino al mundo como un niño y nació en un establo modesto, para estar más cerca nuestro y así enseñarnos el camino a la vida eterna, es decir al Cielo. Difícilmente comprendan algo referido a la humildad, la sencillez y el amor hacia el resto, quienes hicieron del egoísmo exacerbado y el culto al poder, en todas sus formas, la única razón de su existencia.

Y en cuanto a la vida eterna… qué podríamos decir.  Lo más probable es que en sus fueros íntimos se burlen de los “vyros” que creen en esas idioteces, en vez de aprender de ellos, que todo lo consiguen hoy, ahora, aunque para eso tengan que pisotear lo que sea y a quienes sea.

Nos imaginamos, sí, la farsa que protagonizaron la noche buena. El rostro radiante, pleno de gozo, al observar algún pesebre, en el que por error de la tradición se pone al niño días antes de su nacimiento y no se lo retira el 6 de enero. O al escuchar en la “Misa de Gallo”, que jamás se la perderían, el esperado anuncio del sacerdote (mejor si es un obispo): “Ha nacido Jesús, el Salvador, el Mesías”.

Nos imaginamos al presidente ratificando su fe, pero entonces se nos presenta de inmediato la imagen de Judas y esa horrible sensación de deslealtad y de traición. Nos imaginamos al presidente de la Cámara de Diputados, Miguel Cuevas, poniendo el diezmo, orgulloso, pero corriendo luego a la sacristía para apropiarse de todo lo recaudado. Nos imaginamos también a Patricia Samudio, titular de Petropar, al niñito Dios rogando, pero a los emblemas privados dando.

Nos imaginamos a los llamados “pro vida” o a algunos de ellos, para no poner a todos en la misma bolsa, gritar “aleluya” a las 12 de la noche, mientras por otro lado apañan la muerte de mismo niño Jesús, en la personita de una inmigrante guatemalteca que no resistió la sed, luego de ingresar “irregularmente” a los EE.UU junto a su familia.

Nos imaginamos incluso a los más altos exponentes de la Iglesia Católica, tanto del Vaticano, como del episcopado paraguayo, y no podemos menos que ver la cara de los que apañan esos actos abominables, como la de los que lo usan como pretexto para sus salvajes internas, desde Francisco para abajo.

Y así podríamos seguir por horas, si necesidad de ser muy creativos, casi, casi ajustándonos rigurosamente a los hechos que se suceden… y desde luego nos afligen.

En definitiva, una de las mayores celebraciones de la cristiandad, la natividad de Cristo, junto con la Semana Santa, se ha convertido en un brindis impregnado de hipocresía. Y no lo decimos desde un pedestal, ni con aureolas sobre nuestras cabezas, sino en tono autocrítico, pues gran parte de lo señalado es consecuencia de nuestra inacción, nuestra extrema pasividad y nuestra tibieza.

Pero tenemos fe en que eso va a cambiar, es solo cuestión de tiempo, porque aunque todo lo anterior resulte desalentador, somos muchos más los que mantenemos los principios y las creencias intactos.

¡Feliz Navidad!

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