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Mita’i “pichado”

El primer debate entre los presidenciables de la ANR transcurrió dentro de los límites de lo previsible. A Santiago Peña, postulante por el movimiento Honor Colorado, se lo vio sereno y a gusto con la metodología aplicada durante el encuentro. Utilizó el espacio para destacar los logros más relevantes del actual gobierno y sus propuestas de cara al futuro,  sin recurrir al tradicional recurso de los agravios, al que por lo general apelan nuestros políticos. Mario Abdo Benítez, por el contrario, se limitó a reafirmar su perfil contestatario y no desarrolló el proyecto que ejecutaría en caso de resultar electo, notándosele “nervioso, malhumorado e incómodo”, al decir de la periodista Mina Feliciángeli, conductora del programa en el que ambos dirigentes se dieron cita.

Al inicio, más de un telespectador habrá pensado que la discusión transcurriría de forma amena, incluso amistosa. “Marito” hasta sorprendió con algunas sonrisas, muy poco frecuentes en él. Pero solo al inicio. Apenas comenzaron las preguntas, el líder de “Colorado Añetete” asumió una actitud fría, distante y por momentos agresiva, que son rasgos característicos del perfil que vino proyectando en los últimos años, y culpó a Horacio Cartes y a José Ortiz, uno de sus principales colaboradores, de todos los males habidos y por haber.

En los dos primeros temas, pobreza y empleo, Peña expuso datos concretos: “En cuatro años, la pobreza se redujo en el orden del 28%”, señalando luego que la vía para seguir combatiendo el flagelo es darle prosecución a las obras de infraestructura, especialmente en las zonas más vulnerables del país, así como a la asistencia productiva y financiera. “Marito”, en cambio, le dejó a la periodista un documento según el cual, dijo, se comprobaría que durante el gobierno de Nicanor Duarte Frutos se obtuvieron los mayores avances en esta materia y cuestionó el “modelo excluyente” del gobierno de Horacio Cartes, pero no brindó indicadores que avalen sus afirmaciones.

Así, el primer “round” concluyó desfavorablemente para el candidato de la disidencia, quien sin embargo persistió en su actitud de atacar y no ofrecer una alternativa a lo largo de todo el programa, como se evidenció nuevamente en el tercer tópico, sobre seguridad.

Al respecto, el postulante por el oficialismo enfatizó en la necesidad de abordar el problema con un enfoque transnacional, en dotar de mayores recursos a los organismos de seguridad e impulsar una presencia del Estado cada vez mayor en las zonas más conflictivas el país, para combatir las causas sociales que lo potencian. Y a su turno, “Marito” descolocó a todos con una respuesta que probablemente no formaba parte del libreto preparado para el efecto: “¿Cómo resolver el tema de la inseguridad, si José Ortiz es el ministro del Interior?”, dijo, citando al diario ABC Color como “fuente”, que desde hace un par de días ejecuta una campaña con el fin de vincular al empresario con el atropello policial a la sede del PLRA, ocurrida la madrugada del 1 de abril, y el crimen del joven Rodrigo Quintana.

El problema del líder de Añetete en este debate y su actuar político en general es la obsesión enfermiza que tiene hacia HC y Ortiz, a quienes responsabiliza de todos los padecimientos de la especie humana, como lo hizo en lo referido a la inseguridad, que es un verdadero drama, sumamente complejo y de larguísima data.

Y no solo obsesión, traducida la mayoría de las veces en hostilidad, sino también total carencia de propuestas, que a los fines de una oposición inflexible pudo serle útil, pero cuando se postula a jefe de Estado revela flaquezas percibidas a lo lejos por los electores.

A “Marito” alguien parece haberle convencido, no sabemos con cuáles fundamentos, que él es una especie de reencarnación del doctor Luis María Argaña y que Santiago Peña es el Juan Carlos Wasmosy del presente. Y así le fue en este primer debate, en el que se demostró que no le llega ni a la altura de los talones al extinto caudillo colorado y más bien se parece a un “niño pichado”, mientras que su adversario, al cual trata como enemigo, no es ingeniero, ni un neófito en cuestiones de Estado, sino alguien con experiencia en ese ámbito, economista, y de los buenos.

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