Este sitio sería donde se encontraba el naranjo, que cobijaba a las bellas jóvenes que llegan de las campiñas. Monumento a las mujeres.
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“Naranja Zapatú”, pintoresco sitio de antaño, inolvidable

CAAZAPÁ (Por Cirilo Ibarra).- En cada semana de la celebración de los festejos patronales de la ciudad de Caazapá, casi de manera automática se recuerda la singular historia de “Naranja Zapatú”. Es un sitio de antaño, pero ahora ya es y será inolvidable, porque ahí se erige un monumento que recuerda a las mujeres que llegaban a un cristalino arroyo, donde se aseaban y debajo de una planta de naranjo se calzaban los zapatos para ingresar al pueblo. Era un rito muy repetido durante las celebraciones en honor a San Pablo (25 de enero).

Una estatua que representa a una joven, de aquellas que llegan caminando y descalzas a esta ciudad, desde las campiñas para los distintos acontecimientos, se encuentra en el paraje conocido como “Naranja Zapatú”. El sitio está a menos de 1.000 metros del perímetro urbano y es el que recuerda a aquellas personas que utilizaban zapatos esporádicamente.

Por el lugar pasaba un hermoso y cristalino arroyo (hoy desaparecido) y a orilla nomas se encontraba un naranjo, que brindaba linda sombra. El sacerdote jesuita caazapeño, José de Jesús Aguirre, en su libro Huellas en Sueño, rememora es casi una ceremonia de las mujeres de las campiñas, “de calzarse bajo la sombra del naranjo para ingresar al pueblo y descalzarse al abandonarlo, lavándose siempre en las límpidas aguas del arroyo cercano”, relata el religioso.

Asimismo, el sacerdote presenta el cuadro de un casamiento y relata también parte de la historia de “Naranja Zapatú”. Entre otras cosas señala: “Regresan del pueblo, conducidos por los pasos menudos de sus caballos. Ella todavía vestida de novia, de blanco, sus pies de campesina, atormentados en unos zapatos comprados expresamente para la ocasión.

Él, con un traje sencillo, descalzo, con el infaltable sombrero pirí. Los parientes y amigos siguen en una carreta, adornada con flores y los demás a pié”.

ANIDADO EN LA

MEMORIA PUEBLERINA

Por su parte Stela Ruffinelli, de esta localidad, asegura que se trata de un hecho anidado en la memoria pueblerina, de un lugar de convergencia obligatoria de los que llegan al pueblo; especialmente para los festejos patronales o los domingos, en que asistían con religiosidad al oficio litúrgico en el templo de San Pablo.

Bajo esa sombra del “árbol benefactor, los visitantes posaban sus pertenencias y procedían a asearse en la corriente de agua para después prolijamente calzarse”, relata Stela.

También destaca que este hábito se acentuaba en las mujeres jóvenes, quienes aprovechaban también el descanso para pasar las manos mojadas por aquellos rojizos rostros y las hermosas cabelleras, para volver a dar brillo que faltaba a sus polvorientas melenas.

Asimismo la pintarrajeada de labios y el acto de perfumarse con la embriagadora fragancia de los azahares. Y así las agrestes doncellas culminaban con la veloz tarea de embellecimiento. Luciendo ya coquetísimas sus únicos pares de zapatos, pero a la mejor usanza de la época, enfilan hasta el centro de la ciudad.

Este ritual era prioritario para el ingreso a la ciudad de Caazapá, ya que el tener desnudos los pies causaba el colmo de la vergüenza y demostraba a las claras la raigambre “koygua”, hecho repudiado por los moradores del campo, señala Stela Ruffinelli.

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