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Otra bofetada a la vieja política

El anuncio que hizo ayer el diputado encuentrista  Hugo Rubín, respecto a la candidatura de la cantante Nadia Portillo para diputada por el Alto Paraná, generó los más variados comentarios, muchos de ellos de carácter crítico y algunos bastante subidos de tono. Que “ya tenemos a modelos, animadores y futbolistas”, que “los outsider no aportaron nada al país”, que “el Congreso se está convirtiendo en un nido de faranduleros”, “que no es una pasarela” etcétera, etcétera. Estas y otras descalificaciones, expresadas a veces en son de burla y otras de manera histérica, tropiezan con un grave problema: Disparan contra las consecuencias y no contra las verdaderas causas que las generan. Y esta no es otra que la profunda decadencia de la política y de los políticos tradicionales que ya lleva décadas.

Es muy probable que Nadia sepa más de canto que de política, al menos eso sería lo lógico, que Hugo Javier de animación y Ayesa Frutos de modelaje, por citar algunos casos de candidatos que no provienen de la política. Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos es por qué florece ese tipo de postulaciones  y, acto seguido, interrogarnos también acerca de qué es lo que “tanto” saben de política nuestros políticos, además de cómo la practican aquellos pocos que tienen algún conocimiento.

El fenómeno por cierto no es nada nuevo. Empezó a manifestarse con Juan Carlos Wasmosy y Guillermo Caballero Vargas, al inicio mismo de la etapa democrática. Después aparecieron un militar, Lino Oviedo, e inclusive un obispo, Fernando Lugo, hasta llegar al presente, con Horacio Cartes, quien tampoco tiene su origen en el ámbito de los partidos. El único momento de los políticos de “viejo cuño” fue el que tuvo como protagonista a Nicanor Duarte Frutos, quien, al igual que después la oposición en el ejercicio del poder político, no supo aprovecharlo y  terminó desperdiciándolo por completo.

Puestas las cosas de esta manera, resulta por demás claro que la vieja política -y los que pretenden hacer de ella la forma de acceder al poder central- nunca logró cuajar en la sociedad. Se encuentra en un estadio de permanente terapia intensiva y, en general, restringida a otros espacios electivos como gobernaciones, municipios y Parlamento, en donde, para disgusto de los que invocan una “larga trayectoria, cada vez tienen  que compartir mayores espacios los que vienen de otros ambientes.

En otras palabras, no ofrecen nada nuevo que pueda captar el interés ciudadano, ni planes concretos a ser desarrollados en beneficio del país, ni proyectos enmarcados en alguna línea doctrinaria e ideológica, ni estilos de accionar político. Son perfectos dinosaurios, algunos con frondosos antecedentes,  que siempre giran en torno al “pokare”, a la trampa y al engaño. Y no son pocos los que por esa vía se transforman en diputados, senadores, intendentes y gobernadores,  para desgracia de todos los que no vivimos de la política, que somos más del 99%.

La buena noticia es que esto comenzó a cambiar en los años recientes, con el actual gobierno, de cuyo seno surgió un joven candidato presidencial, Santiago Peña,  que representa una bocanada de oxígeno al servicio de la nueva política que el país reclama, aunque, como todo proceso, deberá desarrollarse para terminar de superar los lastres a los que se viene combatiendo con bastante eficacia.

Y mientras caminamos en esa dirección, hasta alcanzar la madurez necesaria, mejor que muchos se preparen, que no se detengan en las consecuencias y vayan a las causas, porque el cuestionamiento a todo lo viejo seguirá manifestándose de manera contradictoria y aparecerán  actores de los más variados orígenes, se llamen como se llamen, Hugo, Ayesa o, por qué no, “la Kchorra”.

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