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Otra metida de pata

No debe ser poca cosa estar a cargo de la política exterior de un país, mucho más si su elección es política y no como consecuencia de una carrera diplomática que pudiera dar la suficiente solvencia para que las acciones que se vayan a emprender sean fruto del conocimiento y el tacto.

Luis Castiglioni nunca fue diplomático, así que su elección fue exclusivamente política. Pero eso es fácilmente solucionable rodeándose de técnicos que pudieran paliar el desconocimiento de la cabeza, que existen pero evidentemente no se los escucha. A juzgar por los resultados, en la actual diplomacia paraguaya parece que se toca de oído, lo que siempre concluye en alguna metida de pata que pone al país en una situación, por lo menos, incómoda

El gobierno paraguayo se apresuró en romper relaciones diplomáticas con Venezuela. Seguramente Abdo Benítez y su canciller pensaron que su decisión sería rápidamente imitada por los demás integrantes del Grupo de Lima, pero se equivocaron y eso hizo que nuestro país quedara totalmente al descubierto, solo y expuesto, con una actitud que no resiste cualquier análisis serio.

Y no porque los demás integrantes del G-Lima no apuesten a la caída del régimen de Nicolás Maduro, sino porque el sentido común les hizo ver que una ruptura con Venezuela implicaría automáticamente abandonar a las fuerzas democráticas del país caribeño, que están activamente luchando para librarse de la dictadura que sufren desde hace demasiado tiempo.

La improvisación no es buena consejera en el ámbito de la política exterior, y hace que se cometa este tipo de errores y se tengan consecuencias como esta, quedando Paraguay como el único que ha roto relaciones diplomáticas, retirando su embajada de Venezuela y expulsando del territorio nacional a la representación de dicho país.

Lo que debió haber pretendido nuestro gobierno fue ser el primero en tomar esta decisión, en un intento de tomar postura y servir de ejemplo para el resto del mundo, como si con eso demostráramos nuestro absoluto rechazo a cualquier gobierno dictatorial. Pero en política exterior no funciona eso de quien parece “más macho”, sino del objetivo que se persigue y de los medios idóneos para alcanzarlos.

Si a esto sumamos la metida de pata del gobierno, apenas asumido, de mudar de nuevo la embajada paraguaya de Jerusalén a Tel-Aviv, lo que generó el enojo de Israel, que retiró su embajada de nuestro país, nos damos cuenta de que la política exterior, en los próximos años, andará a los tumbos, atacando frentes para los que no tiene suficientes municiones ni capacidad de negociación.

No es cuestión de prueba y error esto de llevar adelante una política exterior adecuada y a la altura de las circunstancias. Cuando pensamos que será a este gobierno y a este equipo de Relaciones Exteriores a quienes corresponderá la renegociación de los tratados de Itaipú y Yacyretá, resulta más que obvia la preocupación que nos invade, al pensar que estas son las manos más inadecuadas para pelear por intereses que terminen beneficiando a nuestro país. Hasta ahora, hay muy pocas esperanzas de que esto pudiera ocurrir.

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