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Pecado original

En este país, en donde un buen padrino es mucho más efectivo que la más alta capacitación, uno de los pocos lugares en donde los requisitos para ingresar eran inamovibles, era el Congreso. Había que competir en los comicios, ser electo por la ciudadanía y, finalmente, proclamado por la Justicia Electoral. Solamente así, después de cumplir con esos 3 requisitos, uno estaba habilitado a jurar como senador o diputado.

Pero eso ya cambió. La alucinante decisión de Fernando Lugo, cuando era presidente del Senado, en junio pasado, de convocar a 2 personas que no cumplieron con los dos últimos requisitos, para jurar como legisladores, rompió con todos los esquemas y tiró por la borda la institucionalidad de la cámara, iniciando una peligrosa moda; si uno tiene poderosos padrinos políticos, que son mayoría en el Congreso, puede hasta fungir como legislador sin serlo.

Esto no ocurrió jamás en nuestro país; ni siquiera durante la dictadura, en donde se alteraban los resultados de las elecciones a gusto y paladar del dictador. Seguramente hubo veces en que ocuparon bancas personajes que no fueron electos, pero para hacerlo, los responsables electorales debieron alterar los resultados de las elecciones, porque nadie, ni siquiera en esa oscura época, podía ocupar una banca si los números no decían que había logrado los votos necesarios para hacerlo.

Y si acá no ocurre, imagínense en otros lugares del mundo. Ni se les cruzaría por la cabeza, y no por una cuestión caprichosa, sino porque una decisión como la de Lugo viola los principios más elementales del sistema republicano, que se basa en la representatividad que da el pueblo a sus autoridades.

Pero ahí están; casi 6 meses después de iniciado el periodo legislativo, Rodolfo Friedmann y Mirta Gusinky, dos “comunes” según la definición de Carlos Portillo, fungen de senadores, usurpando bancas que no les corresponden, sencillamente porque tienen “padrinos”, es decir, son apoyados por el sector que tiene la mayoría en la cámara, y a la que le importa un pepino si su decisión se enmarca en la ley y la Constitución.

Desde que asumió este Parlamento, la institucionalidad está herida de muerte. Y si esta situación persiste el próximo año, la gravedad irá en aumento. Porque estos dos usurpadores no son solamente “figuras decorativas” en el Senado. Hacen quórum, forman parte de comisiones, y Friedmann hasta preside algunas, como la bicameral del “caso Messer”.

Aunque parece no importarle a nadie, es necesario que el plenario empiece a analizar la situación y se percate que todas las decisiones tomadas por la cámara, tanto leyes sancionadas como resoluciones, etc., en las que hayan intervenido Friedmann y Gusinky, pueden ser recurridas ante la Corte Suprema de Justicia por ser inconstitucionales, puesto que no son legisladores y se les permite que actúen como tales.

 No se puede seguir dilatando este tema, ni postergando una clara salida institucional a la crisis. Friedmann y Gusinky no son senadores, y no por mucho actuar como tales lograrán el carnet que los habilite para serlo.

El gobierno tiene este pecado original y mientras no lo expíe y ponga las cosas en su lugar, jamás podrá hablar de respeto a la institucionalidad y vigencia plena de la democracia en nuestro país.

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