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Petropar causa dolor y vergüenza

Desde hace mes y medio, aproximadamente, la cotización internacional del petróleo viene registrando una tendencia a la baja, llegando a valores idénticos a los del mes de febrero, excepto en la víspera, que experimentó un alza, pero volvió a bajar al cierre de la jornada. El dólar, por su parte, también  registró una leve disminución. Estos son los principales componentes del precio que pagamos por los combustibles. Los mismos que sirvieron de argumento a la presidente de Petropar, Patricia Samudio, para decretar en setiembre último la suba de todos sus productos, pero ahora, cuando debieran justificar su inmediata rebaja, había sido que “no son determinantes” y los mantiene elevados arbitrariamente. Tal es la política de una empresa estatal que dice ser “de la gente”, pero en la práctica demuestra estar íntegramente al servicio de los grandes pulpos que operan en el sector: Los emblemas privados.

Resulta penoso observar el profundo retroceso de la petrolera estatal, así como la velocidad con la cual recupera el control monopólico de un rubro tan estratégico el tenebroso “cártel de los combustibles”. Petropar ya no compite en el mercado minorista, dejando a los consumidores al total arbitrio de los que históricamente lucraron salvajemente a sus costas, excepto en el anterior período de gobierno.

Samudio mantuvo sepulcral silencio mientras la cotización del crudo se desplomaba a escala planetaria. Ni siquiera se pronunció para rectificar el anuncio que había hecho anteriormente respecto a que éste fin de año habría “un nuevo ajuste”, hacia arriba, por supuesto.  Recién el miércoles comenzó a hablar, ya obligada por las circunstancias, para informar que Petropar “analizará” los precios recién el mes próximo, pero cargando la tinta en que nuestro país no importa petróleo sino los productos ya refinados, lo que a buen entendedor significa que no está en sus planes plantear una rebaja de los valores actuales.

 Ama y señora, nadie le pide explicaciones, ni menos aún le contradice. No lo hace el equipo económico del Poder Ejecutivo, ni tampoco  el Ministerio de Industria y Comercio, cuya titular, Liz Kramer, en teoría “su jefa”, ni pincha ni corta en la petrolera. La alta funcionaria se desempeña en el cargo con total discrecionalidad, siguiendo un plan que no lo explicita, pero que salta a la vista. Un plan destinado a desmontar el proyecto que con mucho esfuerzo y no pocos conflictos se construyó en los últimos cinco años, cuando bajaban las tarifas de las naftas, el gasoil y el gas de consumo familiar, si los factores internacionales así lo permitían, y devolver a las mafias de los combustibles, de donde proviene la señora, el poder que detentó desde tiempos inmemoriales.

Las denuncias en su contra se cajonean. No importó, al menos hasta ahora, que estén debidamente documentadas, que se haya demostrado que desvió fondos millonarios de Petropar, ¡más de 20 millones de dólares!, que debía depositar en el Banco Nacional de Fomento, a un banco privado en el cual su familia tiene una abultada deuda, violando la ley, sin sufrir por ello  la menor consecuencia. En su caso se llegó al extremo de que el propio Marito contrató a un auditor amigo, el exfiscal Carlos Arregui, perteneciente al equipo de la senadora Desirée Masi, a los fines de blanquear sus maniobras dolosas.

Sea o no su presidencia un “pago de favores políticos”, a cambio de respaldo financiero que habría recibido en la campaña electoral el entonces candidato añetete, lo que nadie puede dudar es que su cuestionada actuación al frente de una de las empresas públicas más importantes del Estado paraguayo, cuenta con el aval del gobierno y del propio presidente de la República, quien al mantenerla en funciones, se convierte en cómplice de sus fechorías.

De ser  una institución emblemática, Petropar  se ha convertido en una vergüenza, desde donde se delinque con total impudicia, para desgracia de todos los paraguayos.

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