ROMA.- A las puertas de Roland Garros, un resurgir extraordinario: después de un trimestre sembrado de dudas (otra vez las dichosas lesiones, la maldita rodilla) y un considerable periodo de sequía (no alzaba un título desde agosto del año pasado, en Montreal), Rafael Nadal se levanta, se libera, tumba a Novak Djokovic en la final de Roma (6-0, 4-6 y 6-1, en 2h 25) y eleva su primer trofeo de la temporada para decirle al mundo que sigue ahí, que ha llegado a tiempo, que cuando los aires parisinos empiezan a filtrarse en el calendario, él está a punto. Imperial. Es su noveno título en el Foro Itálico, su trigesimocuarto Masters 1000, de modo que vuelve a mirar por el retrovisor (igualaba con el número uno) y a sentirse pleno.
El español se convirtió en el primer jugador capaz de ganar 34 títulos Masters 1.000 y agrandó su leyenda sobre la arcilla, catorce años después de su primera victoria en el certamen de la capital italiana.