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Se va Dilma, ¿Y después?

Desde el momento en que la Cámara de Diputados del Brasil aprobó por amplio margen la puesta en marcha de los mecanismos del “impeachment”, la hasta ahora presidente Dilma Rousseff se convirtió en una figura casi decorativa, sin poder de decisión alguna, que prepara maletas para cuando el tema sea tratado en el Senado, en donde será una cuestión de mero trámite. Su sucesor, el actual vicepresidente Michel Temer (PMDB), ya está formando el nuevo gobierno, negociando con diversas formaciones políticas la repartija de los ministerios. Los escándalos de corrupción, en el contexto de una economía recesiva y del creciente malestar social que eso provoca, fue un “cocktail” explosivo que las élites dominantes aprovecharon para poner término a poco más de 13 años de gobierno petista. La derecha festeja y, en parte, tiene muchos motivos para hacerlo, pues retoma el poder después de mucho tiempo, aunque por medio de un camino sinuoso y no por imperio de la voluntad popular. Pero solo en parte, pues la mayoría de los manifestantes “pro” y “anti” gubernamentales que siguieron las votaciones del pasado domingo, son partidarios de que Temer corra la misma “suerte” que su antecesora, según Folha de Sao Paulo. En consecuencia, el cambio de mando cierra un ciclo político    -el de la izquierda en el poder-, lo cual no es un dato menor, pero la profunda crisis en la que se debate el vecino país seguirá abierta.

No solo Temer es cuestionado por los mismos cargos de los que se le acusa a Dilma. También lo son el presidente del Senado, Renán Calheiros (PMDB), segundo en la línea de sucesión y el tercero, Eduardo Cunha (PMDB), presidente de Diputados,por la presunta vinculación de ambos en el escándalo “Lava Jato”. Como quien sigue en la cadena es el titular de la Corte que va a “juzgar” a Dilma, sería impensable la hipótesis de que éste asumiera las riendas del país, pues sería un “golpe judicial”, quedando como única opción designar al diputado más votado, un experiodista, quien si sufriera algún impedimento le sucedería su colega Francisco  Everardo Oliveira Silva. ¿Quién es él? El payaso ¡“Tiririca”!, completándose así el escenario “kafkiano” que ofrece hoy la política brasileña.

Claro que este no es más que un ejercicio para pintar una realidad absurda, que no se dará en la práctica, pero que sirve para retratar el fracaso de los que se están yendo y la improvisación irresponsable de los que vienen, a quienes poco o nada importó proyectar una salida más sostenible en el tiempo, limitándose al único objetivo de poder gritar “fora Dilma”, “fora Lula”, “fora PT”, como de hecho lo hicieron.

Los latinoamericanos tenemos muy poco que aprender de lo que acontece en Brasil, salvo que lo asimilemos como “errores ajenos que deben ser corregidos”. Hasta ahora hemos construido democracias que no son muy democráticas a la hora de dirimir sus conflictos internos. Y no porque los mecanismos que utilizan sean inconstitucionales, sino porque un puñado de personas tiene en sus manos la capacidad de destituir presidentes y elegir entre cuatro paredes a sus reemplazantes, en lugar de que esa facultad corresponda al soberano, a los electores, al pueblo.  Algo que a lo que podrían llegar los brasileños si se sigue agravando la crisis política, como última alternativa, que como fórmula hubiera sido mucho menos traumática si se trataba de la primera.

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