Sergio Moro, futuro ministro de Justicia del gobierno de Jair Bolsonaro.
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Sérgio Moro: El juez que “cazó” a Lula y juró que nunca entraría en política

Corría el año 2016, cuando el juez Sergio Moro, encargado de la operación Lava Jato y futuro ministro de Justicia del presidente electo Jair Bolsonaro, se plantó en la residencia del expresidente Lula da Silva, y le obligó a salir, subirse al coche e ir a la comisaría. En ese momento comenzaba la “caza” del exmandatario. Consultado, en aquel entonces, sobre si tenía intenciones de ingresar a la política, el magistrado juró que no, pero dos años después anunció su llegaba al gobierno de la mano del ultraderechista.

CURITIBA.- Cuando el magistrado buscó a Lula, incontables medios reprodujeron el momento, nadie sabía exactamente lo que ocurría. En ese momento el expresidente y el público vieron por primera vez las garras del nuevo archienemigo del expresidente. El juez Sergio Moro, quien ahora se convierte en ministro de Justicia del presidente electo.

Nacido en Maringá (Paraná), en ese sur de Brasil que se jacta de germánico y metódico, formado en Harvard y juez en varios casos de lavado de dinero, Moro se dio a conocer con el estallido de la operación Lava Jato, en 2015. Como instructor, mostraba un estilo tajante y frío, emitía sin pestañear órdenes de prisión para los empresarios más ricos y poderosos de la primera economía latinoamericana y hablaba de un país limpio, lejos del “rouba mas faz” (roba pero resuelve) de los últimos años. Era muy público. Se dejaba ver todo lo posible, en medios y en vistas judiciales, permitiendo que su nombre se entremezclase con palabras como “Lava Jato” o “anti-corrupción”, como sinónimos por asociación. Y después de aquel día de marzo de 2016 tendría un antónimo: Lula da Silva.

El juez persiguió al expresidente de una forma tan obstinada que casi parecía personal. En abril de 2017, el exmandatario acudió a declarar a la ciudad de Curitiba, donde el magistrado centraliza sus investigaciones: para entonces la animadversión entre ambos era tan popular que aquel hecho judicial se trató en los medios como un encuentro pugilístico entre dos titanes.

Las élites y el establishment empresarial adoraban al juez. Nadie más había sido capaz de poner en semejantes apuros al astuto líder del PT. Aquello era caza mayor, y la fama de Moro de justiciero intocable, de santo patrón de la corrupción y el antipetismo, parecía no conocer techo. En julio de 2017 condenó finalmente a Lula. En abril de 2018, se convirtió en el primer magistrado en encarcelar a un ex jefe de Estado de Brasil. Su victoria se había consumado. Si le correspondía una recompensa por el trabajo, ahora era el momento.

Había indicios de que Bolsonaro le caía bien a Sergio Moro. También había indicios de que le gustaba jugar con la política. Juraba que no aspiraba a serlo: en público y ante periodistas. Pero sí se permitía gestos como levantar el secreto de sumario de unas delicadas conversaciones grabadas entre Dilma y Lula en el momento en el que más daño les pudo hacer (se disculpó por ello).

Y ahora, el cazador de políticos se convierte en político; un gesto que mancha en cierto grado todo lo que ha hecho hasta ahora. Su versión de la justicia, de repente, cobra todo el aspecto de un acto político; la caza de Lula, que libró a Bolsonaro de su mayor obstáculo para alcanzar la presidencia, adquiere otra dimensión.

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