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¿Qué tan mala es nuestra educación? (I)

Por: Ella Duarte. Escritora. Consultora Internacional en Políticas Públicas.
Por: Ella Duarte.
Escritora. Consultora Internacional en Políticas Públicas.

La educación aparece como una preocupación constante del paraguayo. Si en algo coincidimos es en afirmar que nuestra educación es la peor de la región y del mundo. Aunque también coincidimos en conocer muy poco del resto del mundo. La mayoría de las veces nos referimos a nuestra educación como la excusa perfecta para justificar nuestras incompetencias: somos pobres porque nuestro sistema educativo es deficiente; nuestras instituciones no funcionan porque la escuela no forma ciudadanos honestos; nuestras empresas son poco competitivas porque carecemos de mandos medios calificados…

Reformar la educación es la promesa recurrente de nuestros políticos: todos los programas de gobierno la priorizaron. No sólo de palabra. De lejos, educación es el sector que ha tenido mayor incremento en sus recursos presupuestarios en democracia: se duplicaron entre 2005 y 2018. Es el único sector que tuvo aumentos salariales en 2017 y 2018. Y, sin embargo, la insatisfacción con nuestro sistema educativo y sus resultados es creciente y extendida.

¿QUÉ TAN MALA ES NUESTRA EDUCACIÓN?

La primera duda que nos surge es qué tan mala es realmente nuestra educación, o qué tan buena es.

La respuesta es simple: no lo sabemos porque no hemos medido sus resultados. Y tampoco podemos saber si nuestro sistema es mejor o peor que otros porque no tenemos comprobaciones que comparar con la de otros países.

Insistimos en utilizar indicadores del esfuerzo, pero no del producto, como es el caso del gasto en educación como % del PIB, que nos parece muy bajo, pero que resultaría exageradamente alto si incluimos en la comparación la presión tributaria. Pero, no tenemos idea de la eficiencia o ineficiencia de ese gasto por falta de evidencias. Y no por falta de evaluación – porque hemos gastado mucho en construir un sistema de evaluación educativa propio- sino por la obsolescencia de los instrumentos que utilizamos para evaluar.

PARA EMPEZAR, TENEMOS QUE DEFINIR QUÉ QUEREMOS

Para fijarnos metas realistas de transformación de nuestro sistema educativo y mejora de sus resultados, tenemos que empezar midiendo dónde estamos hoy. Para poder medir los resultados de nuestra educación tenemos que tener claro qué provecho esperamos del sistema educativo. Qué queremos que reciban nuestras hijas e hijos, como resultado de su concurrencia a clases.

Personalmente, entiendo que la educación en el siglo XXI es el proceso por el cual una sociedad prepara a sus nuevas generaciones para incorporarse eficiente y armoniosamente al mundo del trabajo, de la política, de las relaciones sociales y familiares, en una realidad mundial internacionalizada y competitiva, donde las TICs permiten a los estudiantes acceder a información con mayor facilidad que sus propios maestros.

Si coincidimos en esa visión, entonces también podríamos coincidir que el éxito o el fracaso de un sistema educativo se mide por su capacidad de formar ciudadanos capaces de profundizar la democracia en todos los niveles de la sociedad (porque el tiempo del autoritarismo ya pasó) y preparados para competir con éxito en el mercado global (porque la internacionalización hoy es la norma, por eso fracasaron el ALBA y el UNASUR).

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