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Tragicomedia exenta de debate y plagada de agresiones

Por: Abog.  Jorge Rubén Vasconcellos
Por: Abog. Jorge Rubén Vasconcellos

Creo necesario, antes de entrar a desarrollar el análisis de un tema controversial, sentar posiciones, de tal modo a evitar errores que induzcan a atribuir –al analista– intenciones ocultas o propagandísticas.

Creo también que como individuos que vivimos en comunidad, debemos aprender que las diferencias de criterios, las diferencias de posiciones, como todo tipo de diferencias que se presentan a diario, deben ser resueltas por la vía del debate, del dialogo y no por la imposición, la intolerancia y menos por descalificaciones ad hominem.

Consecuente con esas convicciones, habré de dejar en claro que no soy partidario de la reelección presidencial, fuere quien fuere aquel que, desde su condición de expresidente, optare por postularse a un segundo periodo. Sea por la vía de la reforma o de la enmienda, y si fuera por esta última, mi voto por el “No” está asegurado, en el referéndum posterior.

Lamentablemente el debate sobre la modificación de las reglas de Constituciones vinculadas a la reelección presidencial, en nuestro país (posiblemente fue así en otros) siempre se vio empañado por los intereses inmediatos, de corto plazo.

Cuando se trata el tema de la reelección, la discusión se centró, y se centra, en el Presidente de turno, llámese Duarte Frutos, Lugo o Cartes, y no en las razones, motivos o fundamentos que deben fundar una reforma del modelo constitucional. Por eso que aquellos que antes la satanizaban, hoy pretenden elevarla a los altares.

Como consecuencia de la estrechez de criterios, la bajeza del debate y la acostumbrada ausencia de participación del ámbito Universitario e intelectual, todo se reduce al enfrentamiento de actores y sectores políticos. Por un lado quienes quieren la reelección del actual y por el otro los que quieren la reelección de otros, excepto la suya mismo.

Pero, como los políticos no debaten, no enseñan, ni se preocupan de que los ciudadanos entiendan y tomen posiciones racionales sobre el tema, se satisfacen agrediendo al adversario, para imponer sus proyectos “derrotándolos”.

Para ellos, la única verdad es que: “La mayoría manda”, lo cual es absolutamente falso si pensamos en una sociedad democrática y republicana. En una sociedad de estas características, la mayoría Gobierna, junto con la minoría. No manda, ni Gobierna contra la minoría, pues de ser así, no habría democracia, ni República. Ni haría falta la participación proporcional de sectores minoritarios en el Parlamento. Si están allí, es para algo más que cobrar un sueldo y disfrutar de ciertos privilegios.

La democracia se debilita cuando el debate es sustituido por los insultos, cuando las ideas no son el objeto de las discusiones, sino las descalificaciones y el agravio.

El tema de la reelección, una vez más, nos ha convertido en meros espectadores de enfrentamientos políticos estériles, que en nada contribuyen al fortalecimiento de nuestra débil democracia, porque nadie ha levantado su voz para sostener los fundamentos a favor o en contra de la modificación de la Constitución, para incorporar (mejor dicho, para restablecer) la reelección presidencial, como –tampoco– nadie ha iniciado el debate para definir cuál es el modelo más conveniente: la reelección sucesiva o alternada, limitada o no.

Muchos aspectos deben ser analizados y discutidos, con altura y con prescindencia de las personas o candidatos que pudieran verse afectados, cuando de modificar la Ley Fundamental de la Nación, se trata. ¿Acaso no sería razonable plantear que el precio de la reelección sea la reducción del periodo presidencial a cuatro años, como contemplan las Constituciones de EE.UU., Argentina, Chile, Colombia, etc., o quizás, por el contrario, desechar la reelección al precio de extender el mandato del Ejecutivo a seis años como ocurre en México?.

Nada de esto se plantea, nada de esto se discute, pues, como se dijo en más de una oportunidad “El político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación”. Y es precisamente por este motivo, que aun cuando los sectores políticos que alientan la reelección mirando sus propios intereses electorales, siguen pensando en sus candidatos, al punto de condicionar la aceptación por el Congreso de la renuncia anticipada de quien está en ejercicio de la Presidencia, como un arma que les permita – desde esta instancia – frustrar la candidatura del mismo, so pretexto la preservación de los recursos económicos del Estado, olvidando que en la realidad, dicha fórmula es ineficaz siquiera en regímenes que no admiten la reelección, ya que los mismos recursos pueden ser desviados para apoyar al “delfín” del gobernante de turno.

Estar convencido que la reelección en cualquiera de sus formas es nociva en una democracia que aún necesita consolidarse, o abrazar una posición contraria, no significa desechar el debate o la discusión, por el contrario, ese es el camino adecuado para resolver diferencias y buscar consensos, aun cuando los políticos no lo hayan entendido, o –sencillamente– no quieran entenderlo, por el profundo desprecio que, en realidad, sienten hacia su electorado.

Sea cual fuere el desenlace de la tragicomedia exenta de debate y plagada de agresiones, resulta evidente en nuestro país “… un debate intelectual consiste en triturar personalmente al adversario para no tener que tomarse la molestia de discutir sus ideas…”, como decía el periodista y escritor Javier Cercas, en el Diario El País de España (1/11/09), cuando, por el contrario, la modificación de la Ley de Leyes, debe ser el fruto de un consenso logrado mediante un debate amplio y profundo, del que participe toda la sociedad, si soñamos con un modelo republicano serio y un sistema democrático que perdure en el tiempo, más allá de los intereses electorales inmediatos de los actores políticos de turno.

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