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Un portazo a la paz

Contra todos los pronósticos, el “no” se impuso por estrecho margen en el plebiscito sobre los acuerdos de paz suscritos entre el gobierno de Colombia y las guerrillas de las FARC, abriéndose así un período signado por la incertidumbre y el desconcierto. El diario El País, de España, relataba lo acontecido con la mayor crudeza: “En un mundo de locuras sin fronteras, Colombia optaba este domingo por dar un salto al vacío o ser ejemplo para el planeta. Y ganó la primera opción”. Juan Manuel Santos acusó el impacto y en un mensaje a la nación, como queriendo sacar fuerzas de flaquezas, arrancó autoafirmándose como “garante de la estabilidad” y dijo conservar “intactas” sus facultades, para luego asegurar que el cese al fuego sigue vigente. Pero ni los colaboradores más cercanos que lo rodeaban dieron mucho crédito a sus palabras, por más que repitiera una y otra vez que no se rendirá y que seguirá buscando la paz hasta el último minuto de su mandato. Sin embargo, la verdad es que la extraordinaria oportunidad de lograrla, se ha perdido este domingo.

Por lo pronto, las primeras repercusiones políticas ya están a la vista. Además del poco relevante “adiós” al premio Nobel para Santos y Rodrigo Londoño, alias Timochenko, el jefe del equipo negociador del gobierno en La Habana, Humberto de la Calle, de inmediato puso su cargo a disposición del presidente, en tanto Álvaro Uribe, el líder del “no”, hoy es un interlocutor imprescindible para cualquier intento por proseguir en la búsqueda de un acuerdo de paz, que ahora literalmente desapareció del horizonte.

Y qué dijo el “Tío Sam” ? En un comunicado divulgado ayer, lunes, el portavoz del Departamento de Estado, John Kirby, dijo que a la luz de los resultados del plebiscito, “deberán tomarse decisiones difíciles” y destacó que “tanto el presidente colombiano, como sus predecesor en el cargo, Álvaro Uribe, y el líder de las FARC, Timochenko, han manifestado su compromiso de lograr la paz”, expresando finalmente el apoyo del gobierno de los Estados Unidos a la propuesta de Santos de “unir esfuerzos en apoyo a un amplio diálogo como el siguiente paso hacia lograr una paz justa y duradera.

Pero claro, son meras declaraciones de intenciones y en algunos casos, como el de Uribe, muy poco sinceras. Lo cierto es que, para desgracia de los colombianos, el capítulo de la guerra sigue abierto, por más que ahora mismo no exploten bombas ni se escuche el sonar de las metrallas. Una guerra que en 52 años arrojó como saldo cerca de 300.000 muertos, alrededor de 50.000 desaparecidos y 7 millones de desplazados, además de un listado interminable de violaciones e infinitas historias de penurias personales. Y esto sin tomar en cuenta el periodo comprendido entre los años 1948 y 1958, conocido como “La Violencia”, en el cual los enfrentamientos entre los dos partidos tradicionales, liberal y conservador, provocó la muerte de más de 200.000 colombianos y otros 2 millones de desplazados, sobre un total de 11 millones de habitantes que había por aquel entonces.

Los resultados del plebiscito revelan la profunda polarización social y política a la que se enfrentan los colombianos, pues si bien ganó holgadamente la abstención, con poco más del 60% de ausentismo, el 50,2% de los que votaron lo hizo en contra de los acuerdos de paz, mientras que el 49,7% se pronunció a favor, lo que implica una diferencia de solo 0,5%.

Es verdad que la victoria del sí, que para todo el mundo era prácticamente un hecho, no hubiera sido el remedio para todos los males a los que se enfrenta Colombia, que bate récord en materia de desigualdad social -solo por detrás de Haití y Honduras-, con alarmantes índices de pobreza y donde la corrupción resulta espeluznante; pero hubiera sido el inicio de un nuevo y esperanzador camino por recorrer, en paz, que infelizmente se cerró de manera abrupta, cual portazo, el domingo pasado.

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