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Una crisis sin salida

El presidente Juan Guaidó y sus aliados, el gobierno de los Estados Unidos y los que componen el Grupo de Lima, insisten en que las horas del dictador Nicolás Maduro están contadas. Éste y la camarilla que lo rodea, por el contrario, afirman que “no pasa nada” y que Venezuela es el país de las maravillas. ¿Quiénes dicen la verdad?  ¡Ninguno!. Nada parece indicar que la caída del régimen sea inminente, ni que los pobres venezolanos vivan otra realidad que no sea la espantosa pesadilla que sufren a diario. Los últimos acontecimientos, si bien restan líneas por escribir al respecto, probablemente se conviertan en otro capítulo de una crisis, al extremo dolorosa, que se agrava sin cesar y hasta ahora no encuentra salida.

La “proclama” lanzada el pasado martes por Guaidó, desde la base aérea “La Carlota”, generó enormes expectativas. La llamó “Fase final de la Operación Libertad”. Los destinatarios del mensaje fueron los jefes de las Fuerzas Armadas Bolivarianas, a los que instó a sublevarse para derrocar al usurpador. Pero al correr los minutos y no levantar vuelo ninguna aeronave, ni adherirse al movimiento ningún sector militar, las noticias esperanzadoras comenzaron a ceder el paso a cierta frustración.

El pueblo valeroso, ese sí, acudió nuevamente al llamado, y como en otras ocasiones, fue salvajemente reprimido por los matones al servicio del chavismo, los que visten uniformes y los que no. Dos días de movilización arrojaron como saldo provisorio decenas de heridos, algunos muy graves, como los arrollados por tanquetas de asalto, cuyas imágenes horrorizaron al mundo.

En ese contexto, Leopoldo López, el líder de una de las facciones opositoras que había sido liberado por los sublevados al inicio de la jornada, ingresaba primero a la embajada de Chile, y luego se trasladó con su esposa a la casa del embajador de España, solicitando refugio. De Henrique Capriles se sabe poco. De hecho no tuvo protagonismo en las últimas 48 horas.

Resulta difícil determinar qué se ha propuesto la oposición liderada por Guaidó en esta ocasión. Una hipótesis es que jugó una carta importante, destinada a provocar un levantamiento militar capaz de poner fin a la dictadura, que al menos hasta el momento no dio resultado.

Abona esta versión, las expresiones del enviado de los EE.UU. a Caracas, Eliott Abrams, quien supuestamente había negociado con la oposición “la salida de Maduro”, previo acuerdo con el ministro de Defensa Vladimir Padrino y otros altos exponentes del chavismo. Estos apoyarían la proclama del presidente encargado, pero según explicó el propio Abrams a EFE, cuando se produjeron los hechos “muchos de ellos apagaron sus celulares”. O sea, se anunció el levantamiento, pero los llamados a conducirlo no se hicieron presentes.

El problema con esta “vía” es que la milicia venezolana fue echa a imagen y semejanza del chavismo y que la oficialidad, la que dirige e influencia en la tropa, es una casta privilegiada, a la cual resulta conveniente el mantenimiento del estatus quo.

La otra hipótesis, que no es contradictoria con la anterior, es que el movimiento tendría por finalidad demostrar una vez más que la única vía de derribar a Maduro es por medio de una intervención militar externa, léase de parte de los EE.UU, que Donald Trump y Mike Pompeo siempre ponen sobre la mesa, pero es rechazada por toda Latinoamérica.

Por medio de la intervención extranjera, nunca se edificaron democracias, en ningún rincón del planeta, según atestigua la experiencia histórica, mientras que el mentado “resquebrajamiento” de las fuerzas bolivarianas, que dentro de todo podría ser la opción menos “traumática”, aún no se manifiesta.

La crisis, por tanto, puede prolongarse por más tiempo, con los costos altísimos que eso supondrá para millones de venezolanos, y en ese marco habrá que ver cuál de las “opciones” antes señaladas se afirma o si surgieran nuevas fórmulas, en las que a decir verdad, ya nadie piensa.

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