Paraguay llama la atención internacional por ser el único país sudamericano que está avanzando en crecimiento económico y reducción de pobreza con alternancia y a pesar de las escaramuzas políticas. Por eso, también llama la atención que el expresidente Nicanor afirme que “Acá hay que enfrentar el modelo político económico social y cultural que está llevando a la ruina al país”.
Duarte Frutos recibió en agosto de 2003 un país ajustado y con hoja de ruta. Felizmente avanzó sobre esa hoja de ruta y aprovechó la bonanza de precios internacionales. Pero parece que los años afectan la memoria del expresidente y vamos a tener que apelar a la memoria colectiva para refrescar la suya.
La economía paraguaya colapsó al comenzar el siglo luego que la liberalización del mercado informático en Brasil asestara un duro golpe al comercio fronterizo que contagió al sistema financiero y produjo un efecto dominó (1996-98). El auxilio a la banca en quiebra durante el gobierno Wasmosy desangró al Banco Central y las reservas internacionales se vinieron a pique. El gobierno que asumió en 1998 negoció un empréstito de $400 millones fondeado por inversionistas taiwaneses… Con ese préstamo, que debía mantenerse como reserva internacional, se lograría apuntalar las emisiones inorgánicas realizadas por el gobierno anterior y se evitaría un ajuste por inflación o por devaluación… Pero la presión sobre el gobierno desde varios sectores para “utilizar” ese dinero fue muy grande y la crisis derivó en sangriento golpe de estado. El cogobierno de unidad nacional monetizó esos dólares en un año, emitiendo guaraníes para financiar la gestión de proyectos urdidos a la ligera por los Ministerios…
El siglo empezó en Paraguay con un año de festín y abundancia… corría el circulante y alcanzaba para todos… Pero la fiesta duró muy poco. Cuando se acabó de dilapidar el dinero prestado, la economía se ajustó por devaluación en 2002 y nos pasó la factura a toda la población: el dólar se disparó de 2.800 a 7.100, el poder adquisitivo de los salarios se encogió en más del 75%, quebraron empresas y cundió el desempleo. Al desempleo urbano se le sumó el desempleo rural por la crisis del algodón y cundió el hambre. Casi dos millones y medio de paraguayos cayeron en situación de pobreza de los cuales más de un millón pasaban hambre en 2002.
Al borde del default, el gobierno de González Macchi delineó un programa de ajuste con el FMI que ejecutó sin aval del Congreso (acuerdo sombra), con lo cual recuperó disciplina fiscal y monetaria. El 2003 cerró con déficit fiscal cero e inflación de un dígito. Se diseñó y obtuvo financiamiento de la cooperación internacional para un programa de competitividad que incluyó el censo agropecuario para diseñar políticas basadas en evidencia, creación del sistema nacional de la calidad, acreditación de laboratorios y fortalecimiento de las instituciones de inspección animal y vegetal para apoyar la agroindustria emergente y la promoción de clústeres para construir una nueva forma de relacionamiento entre gobierno y empresas. Se trabajó en una estrategia de reducción de pobreza (ENREDP) y para atender el desempleo creciente se reglamentó la Ley de Maquila privilegiando, a diferencia de otros países, la calidad del empleo. Se desarrolló un banco de proyectos de infraestructura para integrar el país al continente (en el marco del IIRSA). Y el ejecutivo logró neutralizar 9 intentos de juicio político con lo cual se re institucionalizó políticamente el país. El gobierno de González empezó muy mal pero fue capaz de dar el golpe de timón para atacar la recesión en sus causas.
El gobierno de Duarte Frutos logró acuerdo del Congreso para el programa de ajuste con el FMI. Implementó con éxito, (después de algunas dilaciones) el proyecto de competitividad (FOCOSEP) que fue ampliado con más cooperación (AIEP). Gracias a eso el país empezó a transformarse de exportador de soja en grano y ganado en pie, a exportador industrial de carnes y alimentos certificados. Su gobierno implementó las transferencias condicionadas (que diseñó el ENREDP basado la experiencia de “Avança Brasil” que Lula llamó después “Fome cero”) y se logró un importante avance en reducción de pobreza. Con el programa de transferencias en marcha el gobierno dejó de subvencionar al algodón que generaba pérdidas para mantener en el campo a casi un millón de asalariados rurales.
El gobierno de Duarte Frutos redujo pobreza y apuntaló el crecimiento basado en exportaciones. Pero dejó muchos asuntos pendientes. Descuidó la inversión en infraestructura a pesar de contar con una situación fiscal favorable. Siguió promoviendo el clientelismo político y el crecimiento ineficiente del empleo público. No se ocupó de la integración al mercado del pequeño productor. Tuvo poca habilidad política para convertir en factor de gobernabilidad los resultados de su gestión con lo que se ganó el título de “Mariscal de la derrota”. Pero tuvo un gran mérito: Nicanor inauguró la era en la cual un gobierno paraguayo, por fin, construía sobre el legado de su predecesor y dejaba un legado al siguiente.
El gobierno actual continuó esa ruta y le puso un acelerador al desarrollo. Emprendió, por fin, una política pública para reducir el déficit acumulado de infraestructura. Desarrolló una política anticíclica que permitió al país independizarse de la economía de sus grandes vecinos. Transparentó la función pública para liberarla del clientelismo político. Enfocó el gasto social en sectores realmente vulnerables (17,8% de la población recibe ayuda estatal). Promovió la inversión, el empleo y la empleabilidad de la gente. Invirtió en educación de millares de jóvenes paraguayos en centros de excelencia. Como nunca en su historia, nuestro país está logrando atraer el ahorro del mundo para instalar capacidades ampliadas de producción. El gobierno de Cartes continuó y potenció el legado de sus predecesores, mantuvo el país en el nuevo rumbo del crecimiento con equidad y logró respeto internacional.
Queda mucho por hacer. Qué tal si el expresidente en vez de patear el tablero trae propuestas concretas para avanzar por un camino por el cual él ya transitó aunque tal vez no fue muy consciente de lo que hacía. Y qué tal si modera su lenguaje, porque lo que necesitamos es capacidad de concertar, de dialogar, de acordar, sin boinas ni virulencias. Sin rango de Mariscal.