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Boicoteadores “añetete” con nostalgias del pasado

Mientras el oficialismo colorado apuesta sus fichas a realizar un gran acto para celebrar el 129 aniversario de fundación de la ANR, a realizarse el próximo sábado, la disidencia se lanzó a una desenfrenada campaña en procura de su fracaso. El discurso de estos últimos es, en líneas generales, el mismo de siempre. Que la dirigencia de base no es tenida en cuenta por el Ejecutivo. Que el partido en realidad no está en función de gobierno. Que los dirigentes políticos fueron sustituidos por los técnicos, etcétera, etcétera, para concluir luego que por tales motivos, “no hay nada que festejar”. Y a decir verdad, en parte puede que tengan razón, pues lo que en el fondo reivindican es el viejo partido del clientelismo y de la prebenda, el cual, para bien del coloradismo y de la ciudadanía, se halla en su fase terminal, agonizante.

Si el advenimiento de la democracia significó para el país acabar con aquella terrible “trilogía” compuesta por el gobierno, partido y Fuerzas Armadas, asignando a estas últimas las funciones que le competen en un Estado de Derecho, la administración de Horacio Cartes representa un segundo momento crucial para el desarrollo del proceso político, consistente en avanzar a pasos ciertos en la “despartidización del Estado” o “desestatización de la ANR”, que de contenido es lo mismo.

Debemos señalar que en la segunda mitad del Siglo XX, la ANR se convirtió en el tercer “Partido-Estado” de América Latina, junto con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), de México,  y el Partido Justicialista (Peronismo) de la Argentina. Al amparo de la dictadura stronista -y al mismo tiempo sometida a ella-, le cupo la “misión” de brindarle sostén político y ser el órgano de control social por excelencia, léase de pyrague,  que lo ejercía a través de las seccionales y subseccionales, entre cuyos “caudillos” hacía vito con los cargos públicos, reservados exclusivamente para ellos, sin importar en lo más mínimo que estuvieran capacitados para el efecto.

En aquella época, bastaba ser “seccionalero” para estar en los consejos de todas y cada una de las reparticiones públicas. Bastaba estar al frente de los “organismos de base” para meter a toda la parentela en dependencias del Estado. Las “recomendaciones” de éstos tenían tanta fuerza como la de un ministro del Poder Ejecutivo, incluso para convertir en juez cualquier “pysã tronco”, a muchos de los cuales aún los tenemos “administrando Justicia”.

Pues bien, todo eso fue lo que se cortó a partir del 2013 y está muy bien que así haya sucedido. Es sano para los colorados, que se liberen de las lacras que estaban empotradas en el aparato estatal ,y comiencen a reorganizarse sobre bases políticas, no a cambio del tristemente célebre “zoquete”; como también lo es para todos los paraguayos, al margen de las banderías, que no tenemos por qué cargar con una caterva de ineptos en la función pública, en detrimento de personas más capacitadas para ello, incluyendo a muchísimos colorados, hasta entonces excluidos por no “arrear” a votantes el día de los comicios.

En lugar de boicotear los actos del gobierno o, como pretenden ahora, la concentración del próximo sábado, el movimiento “Colorados Añetete” debería tener el coraje de plantear esta discusión y asumir que lo que propone es volver al pasado, al partido-Estado, a la grosera repartija de cargos y prebendas. En síntesis, a lo que le hizo mucho mal al partido, al país y a lo que ya le llevó a la llanura.

Pero no lo hace, a sabiendas de que es una batalla que para nada le conviene librar, pues va a contramano de la historia. Una historia que reclama del coloradismo algo muy distinto: recuperar sus antiguas tradiciones, anteriores a la dictadura, cuando los activistas y dirigentes se organizaban en el partido para defender proyectos y no para usarlo como catapulta en beneficio propio.

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