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El día que empezó a temblar la dictadura

Los días de la dictadura de Alfredo Stroessner alcanzaban su punto más alto hacia finales de la década del 70 y su dureza se iría acentuando, a medida que transcurría el tiempo. Eran los tiempos en que los chupamedias del régimen perifoneaban por la emisora estatal la vigencia de una “paz sin comunismo, gracias a la ferra unidad del Gobierno, el Partido y las Fuerzas Armadas” que hacían lo que querían y lo que les cantaba en esa “era feliz”. El Paraguay era, según Sotero Ledesma “un país de maravillas” y las calles, según un ministro de educación “eran de la Policía” desafortunada frase que intentaba justificar las cada vez violentas represiones.

Mientras el país vivía una ficticia bonanza económica devenida de la abundancia de trabajo, por la construcción de Itaipú y sus obras emergentes, y los dólares chorreaban a los bolsillos de los jerarcas y sus prestanombres, el Gobierno cerraba el cepo sobre la oposición, apuntando su pesada artillería semántica y armada a un tiempo, sobre los “liberales, los comunistas, los malos sacerdotes, y la prensa hostil”, en tanto defendía a los “buenos colorados” y la prensa amiga defendía los desaguisados de la dictadura.

AQUEL 17 DE SETIEMBRE DE 1980

Era la víspera de la primavera y Asunción vestía de rosado, con la floración de sus lapachos. La ciudad se aprestaba a vivir un nuevo “Corso de las Flores” y las numerosas fiestas, desde las más copetudas hasta las más populares, para recibir a la estación de las flores. Pero nada de eso sucedió. Todo se paralizó. La Asunción nocturna y bohemia desapareció por la fuerza del edicto Número 1 que prohibía toda actividad pública de cualquier tipo: restaurantes, cines, teatros, bailes, reuniones deportivas, etc. etc. después de que las campañas del reloj de La Catedral daban las 12 de la noche.

Asunción paso a convertirse en una ciudad subterránea, donde a puertas cerradas seguían sus fastos los garitos clandestinos de los esbirros de la dictadura y en algún que otro hogar que sigilosamente celebraba algún acontecimiento familiar exponiendo a toda la familia a pasar varias noches en un calabozo de investigaciones, de Vigilancia y Delitos o de la tenebrosa “Técnica”, frente a la tercera.

El asesinato de un bazucado del indeseable Anastacio “Tachito” Somoza Debayle, nos robó el sueño, nos sacó la tranquilidad (si es que todavía había alguna) y desató la mayor y más feroz caza de comunistas, terroristas, montoneros, ERPtistas, Tupamaros, Setiembre Negro y todas la células afines, a las que se inculpaba del magnicidio.

Fue el día en que el dictador se puso a temblar. Se dio cuenta que todo el aparato que había montado para su propia seguridad y que se la ofreciera al ex dictador y verdugo del pueblo nicaragüense, no servía para nada. Que estaba expuesto a lo mismo, que sus espías y pyragues en cualquier momento le podrían dar la espalda, lo que le causaba tremenda indigestión.

ADIÓS A LA PAZ, BIENVENIDA LA ESPERANZA

Ya nunca más pudimos dormir con las ventanas abiertas. En cualquier momento llegaba un malón, como en los tiempos de la Guardia Urbana de los primeros años stronistas, para revisar la casa de arriba abajo y llevar detenido hasta al perro de la casa, pues se creía que era un terrorista disfrazado de animal. Se sumaban los desaparecidos, las mazmorras de la dictadura se atestaban de sospechosos y los diarios, cómplices del dictador, contribuían con la cobardía de su silencio.

Pero al mismo tiempo renació la Esperanza. La juventud se refugiaba en los juegos universitarios y en los famosos recitales del nuevo cancionero, donde se fue reconstruyendo el tejido moral de la nación, totalmente destruido por la corrupción de la dictadura. Aquel 17 de setiembre cuando Somoza desapareció de la tierra fulminado por un bazucazo, comenzó a gestarse la revolución que el 2 y 3 de febrero de 1989, nos devolvería la libertad. Pasaron apenas 9 años para que en un golpe palaciego, el dictador fuera derribado por su propio consuegro, quien además se quedó con la mayoría de sus bienes y sus negocios.

Renacía el Paraguay, pensamos todos, y nos alegramos por ello.

Hoy, tras 27 años de democracia, todavía seguimos buscando nuestro destino… ¿Hasta cuándo?

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