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La nueva política

Posiblemente, lo que resulta tan convincente del presidenciable de Honor Colorado, Santiago Peña, es que no tiene trayectoria política –lo mismo que le cuestionan sus detractores-, por eso es fácil creerle cuando habla de un nuevo sistema, transparente, aglutinador e incluyente.

Porque ese es el mensaje que Peña transmite en sus discursos. Y como no hay forma de vincularlo ni a negociados ni a ataques o persecuciones a sus correligionarios, nadie piensa que miente porque si hay algo claro es que el presidenciable no está ligado a la vieja forma de hacer política. Nadie puede señalarle como corrupto, ni siquiera luego de todos los años que estuvo al frente del Ministerio de Hacienda.

Por eso es que despierta entusiasmo cuando responde a los ataques de quienes lo critican por su falta de trayectoria política, que tienen razón, porque él no tiene experiencia en la política retorcida, camandulera y sucia.

A todo esto se suma su carisma. Directo, agradable, dialoguista, tolerante, representa a la nueva visión que se tiene en el mundo entero de cómo deben ser los políticos de la nueva generación. Si a eso le agregamos su preparación profesional, tenemos la explicación de por qué Santi ha caído tan bien hasta al electorado colorado tradicional, ese que siempre miró los cambios como negativos y difíciles de aceptar.

Desde el comienzo de su campaña Peña insistió en la necesidad de la unidad partidaria, no solamente para enfrentar el desafío electoral de abril del 2018 sino para construir juntos el país que necesita la ciudadanía paraguaya, convencido de que la salud del Paraguay depende de manera importante de la salud del Partido Colorado.

Este es uno de los motivos por los que, a lo largo de estos meses de intenso proselitismo, mucha gente que apoyaba la precandidatura de Mario Abdo Benítez, de Colorado Añetete, decidió migrar hacia carpas oficialistas, más que nada cansados de esa actitud constante de atacar al contendiente sin plantear propuestas que lo puedan mostrar como alternativa creíble.

Peña se propuso, y cumplió, no responder a las agresiones, sin importar de qué color fueran las mismas. Y conste que no solo enfrentó los ataques de su contrincante directo, sino también de sectores opositores, como el efrainismo liberal, que están convencidos de que atacar al gobierno y a su presidenciable es la mejor manera de conseguir adeptos.

Algo que parece haber interpretado muy bien Peña es que la gente –incluido el electorado colorado, más acostumbrado a las rencillas internas- está harta del enfrentamiento vacío, de tener que escoger entre rivales parecidos, optando por el que grita más fuerte o el que hace la más grave denuncia. Ese tiempo ya pasó, aunque en las carpas de la disidencia no lo entendieron así.

Santi es el candidato del diálogo, de la capacidad, de la eficiencia, de la transparencia. Poco o nada es lo que pueden hacer los otros para igualar esta oferta del presidenciable oficialista.

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