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Marito, “el censor”, no es Marcio Catón

De andar con el ceño siempre fruncido y señalando con el dedo acusador a medio mundo, el senador Mario Abdo Benítez insiste en proyectar la imagen de ser una especie de “Catón el censor” del presente, es decir, un ejemplo de rectitud y un crítico severo al comportamiento de otras personas. Sus enemigos políticos son por él calificados de inmorales, corruptos, contrabandistas y un sinfín de otros epítetos del mismo tipo, presentándose a sí mismo como el “summum” de la honestidad y del patriotismo. Pero el muchacho parece haber olvidado su origen, o mejor, el de la fortuna mal habida que heredó de su padre, así como también el “rol” de empresario que le cupo desempeñar, en el que solo mostró “aptitudes” para amamantarse de las “tetas” del Estado, lo que le ubica en las antípodas del político romano, quien además provenía de una familia plebeya, pero laboriosa y recta.

“Marito” no deja pasar una oportunidad, ya sea en un acto proselitista o en declaraciones a la prensa, para arremeter una y otra vez contra la peor de sus pesadillas: Horacio Cartes. Éste sería el causante de todos los males que nos afligen a los paraguayos, según afirmó el domingo último ante un grupo de seguidores, a tal extremo que  “los problemas que (HC) provoca al país superan inclusive a los causados por el narcotráfico”.

Las incontinencias verbales del líder de la disidencia ya son moneda corriente. Días antes, con motivo del narco-atentado perpetrado en Asunción, había sostenido que  “el país está bajo el control del crimen organizado”; un disparate desmentido no solo por la rápida captura de los mafiosos sino, sobre todo, por las estadísticas positivas que arroja en nuestro país el combate a este flagelo y también por cualquier comparación con otras naciones que sí lo sufren con intensidad, como México y Colombia, al igual que con Argentina  y Brasil en el Mercosur, aunque a escalas muy distintas.

El problema de Abdo Benítez es la flagrante contradicción entre su conducta y lo que ahora pregona. ¿Quién no sabe que para llegar al Senado hizo campaña colgado al saco de Horacio Cartes? ¿Por qué en aquel entonces no era un “pecado” tener una fábrica de cigarrillos y ahora sí? Hasta el lanzamiento de las internas coloradas para renovar la Junta de Gobierno de la ANR, HC era “un hombre perfecto”, según “Marito”, hasta que no lo eligió como su candidato para ejercer la presidencia de dicho partido y, a partir de ese momento, se convirtió en un “Demonio”, lo cual puede ser constatado por los lectores si recurren a las publicaciones de la época, cualquiera de ellas, sin excepción.

En el Paraguay “somos pocos y nos conocemos”, dice el refrán. Sabemos de los (muchos) vicios y las (escasas) virtudes de nuestros políticos, sean del pelaje ideológico que fueren. También los hay buenos, claro está, pero por ahora son los menos. “Marito” se inscribe definitivamente entre los primeros, sin autoridad alguna para señalar a alguien con el dedo acusador y menos aún apelando a la mentira. Se las da de “honesto”, pero no tiene problema alguno es disfrutar una vida de lujos y privilegios que se cimienta sobre el robo descarado al pueblo paraguayo por parte del dictador y su camarilla, de la que su padre, “Don Mario”, era una pieza clave. Y no satisfecho con eso, cuestiona la actividad empresarial de Cartes, uno de los mayores contribuyentes al fisco y que, por cierto, no es objeto de ninguna causa judicial en Paraguay ni en otros países, mientras él, lo único que supo hacer en ese ámbito, fue lucrar como contratista del Estado, proveyéndole asfalto de la empresa que su exsuegro le había montado en el pasado.

No esperamos que el senador se refiera a estos hechos, de público conocimiento, ni que sus amigos de la prensa le interroguen al respecto. Pero si  lo hiciere, le recomendamos decir lo que según el historiador y filósofo griego, Plutarco, respondían los que eran criticados con Justicia: “No soy Catón”.

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