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No se lo merecen

Hay decisiones que se toman y que desde el comienzo ya resulta evidente que no van a funcionar. Eso debiera haber sentido el presidente cuando nombró a Ana María Allen como directora del Instituto Nacional del Indígena. Ni bien asumió, esta mujer ya demostró una absoluta falta de empatía con las personas por las que debía preocuparse, y no hablamos solamente a su desconocimiento del idioma guaraní, con el cual se comunica la mayoría de las pocas tribus que aún quedan vigentes en nuestro país, sino a su indiferencia y casi desprecio hacia los habitantes originarios de estas tierras.

La decisión adoptada ayer, de cortar los víveres a los indígenas que lleven a niños a sus manifestaciones, presuntamente para evitar que los expongan a situaciones de vulnerabilidad es absolutamente desatinada. Es como si pensaran que los mayores podrán realizar sus reclamos, llegando desde lejos hasta la capital, y en sus “hogares” podrán dejar a los niños al cuidado de alguna niñera. Increíble.

Es también la muestra de una ignorancia supina, ya que la situación de vulnerabilidad es permanente, tanto para los más pequeños como para sus padres, expulsados de sus tierras, con hambre, enfermedades y una ceguera absoluta por parte del Estado. Cuando menos vulnerables están estas criaturas es cuando acompañan a los mayores en sus marchas, porque allí, por lo menos, hay organizaciones y sectores ciudadanos que se solidarizan con ellos, aunque sea con un plato de comida, algo que casi siempre constituye un lujo para todos.

Pero lo más grave de todo esto y lo que nos da la sensación de que estamos ante una decisión de “acabar” con el problema, recurriendo al sistema utilizado por los nazis con los judíos, es que la Allen realizó este absurdo anuncio luego de reunirse con el presidente Mario Abdo Benítez. No es difícil entonces colegir que la decisión fue tomada, a propuesta del jefe de Estado o, por lo menos, con su anuencia, lo que aumenta nuestro estupor.

Es cierto que la permanencia de estos indígenas en plazas públicas de Asunción genera crispación en cierto sector, ciudadano y comercial, que se ve afectado por la suciedad y por la invasión en espacios de esparcimiento que terminan convertidos en lodazales repugnantes. Pero nadie, en su sano juicio, podría llegar a pensar que estos paraguayos están allí, casi desnudos, sin esperanza y recurriendo a la última carta que les queda para hacerse notar, porque así lo quieren o porque decidieron pasar un tiempo de veraneo en la capital.

Repetimos, es su último recurso, la última carta que tienen para hacerse notar, antes de que la indiferencia del gobierno y sus habitantes termine por hacerles desaparecer totalmente. Y, posiblemente, molestando es la única forma de obtener sus objetivos. Por lo menos, ya llamaron la atención lo suficiente como para que el gobierno analice los pasos a seguir para solucionar el problema, aunque ni ellos ni nosotros pensamos que la solución podría ser tan extrema e irracional.

Abdo Benítez repitió hasta el cansancio durante su campaña electoral, que su prioridad va a ser la atención a los más marginados de la sociedad, y no hay nadie más marginado que los indígenas. Así que, si hay un atisbo de verdad en sus promesas, y si Allen “malinterpretó” sus indicaciones, debe echarla a patadas del INDI. Esta mujer no puede seguir al frente de una institución de la que dependen los paraguayos más necesitados, los más pobres entre los pobres. Ellos no se lo merecen.

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