Paraguayo Cubas, senador de Cruzada Nacional.
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Senado, un síntoma inequívoco de la decadencia institucional

En Paraguay estamos ingresando al peligroso terreno de que cualquiera se siente con “derecho” a decir y hacer lo que le viene en ganas. Y esto, no es otra cosa que el principio del fin para un Estado de Derecho, en el que se sostiene la democracia. Es lo que el profesor Dr. Juan Carlos Mendonca define como “Anomia Jurídica” o “caos institucional”, consistente en la ausencia de reglas o simplemente desconocimiento de las que existen.

ASUNCIÓN.- Esta situación, en nuestro país, no es fruto de una gran conmoción nacional, una guerra civil, una insurrección popular o una revolución. No hay nada de eso. Es producto de la acción perniciosa de quienes están al frente de las instituciones del Estado, de las propias autoridades nacionales. Desde arriba se puso en marcha esta dinámica que apunta hacia el quiebre.

Son varias las situaciones que fueron viviéndose después de las elecciones, y que para cualquier persona avispada ya alertaba que se avecinaba una crisis grave, la cual había que prevenir y tomar acciones para combatirla, o, por lo menos, hacerla más leve.

El propio Ejecutivo bajó la línea para que el Senado desconozca lo dispuesto por la Corte Suprema de Justicia y el Tribunal Superior de Justicia Electoral, además del resultado de la voluntad popular, en los casos de Horacio Cartes y Nicanor Duarte Frutos; los senadores aplicaron esa política, impidiendo que ambos juren como correspondía, y no pasó nada.

El presidente del Senado, en funciones hasta el pasado 30 de junio, Fernando Lugo,  “eligió” a dedo a dos senadores “mau”, Rodolfo Friedmann y Mirta Gusinky, en un claro hecho de usurpación de poder, y tampoco pasó nada. Y la Fiscalía, que ha sido expeditiva y eficiente en algunos sonados casos, sigue sin imputar al exobispo a pesar de existir pruebas suficientes y una denuncia contundente en su contra, por usurpación de cargos públicos y desacato. Y no pasa nada.

La Justicia ordinaria “blanquea” a responsables de hechos gravísimos, como la quema del Congreso y, por otro lado, revisa sin fundamentos jurídicos casos engorrosos como el de “Curuguaty”. ¿Y qué pasa? No pasa nada.

Claro, después tenemos episodios violentos en el propio Senado, como el de ayer, que es el segundo protagonizado por el mismo personaje, escraches hostiles aquí y allá, comerciantes coaccionados a cerrar sus locales, como en Ciudad del Este, o enfrentamientos brutales como en O´Leary.

Payo es un actor de quinto orden, en esta historia más compleja. Un síntoma de la enfermedad que no se combate y que, en consecuencia, seguirá expresándose de las más variadas formas, todas ellas claramente perniciosas.

POLÍTICOS, CON LA CABEZA BAJO TIERRA

Como remate a esta situación de decadencia institucional,  la dirigencia política, responsable de todo esto, mantiene la cabeza escondida bajo la tierra; no hace nada para revertir semejante cuadro, aterrorizada por el hartazgo ciudadano frente al flagelo de la corrupción, de la cual es partícipe, en grado de autora o cómplice; no en su totalidad, claro está.

Así, las cámaras del Congreso actúan como si ignorando las graves señales estas desaparecerán, sin darse cuenta de que con esa actitud dilatoria lo que hacen es enardecer aún más a la ciudadanía, cuya paciencia parece estar llegando a su límite. Sin percatarse de lo que ocurre más allá de sus narices, postergan de manera desvergonzada el tratamiento de la pérdida de investidura, lo que permite que personajes seriamente comprometidos en hechos ilícitos sigan ocupando sus bancas tanto en Diputados como en el Senado, como si fueran merecedores de ello.

Si las bancadas mayoritarias de las cámaras del Congreso no deciden tomar el toro por las astas y cortar por lo sano, desechando de su seno a quienes no tienen por qué seguir amparados en sus fueros, la posibilidad de que los Payos Cubas proliferen es lamentablemente posible. Y, aunque un personajete como este no pondrá en vilo a la República, la rebaja de una manera vergonzosa.

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