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Sin salida

La ciudadanía paraguaya está cada vez más atrapada en una red de gobernantes corruptos y un amplio sector de comerciantes inescrupulosos, en donde lo único que importa es ganar más, siempre más, para sus bolsillos y los de sus adherentes. Nadie puede explicar por qué siguen subiendo de manera incontrolable los precios de los productos imprescindibles para la supervivencia de la familia, mientras las autoridades miran impávidas cómo la gente se debate en una crisis que parece no tener salida.

En serio parece increíble que no haya ninguna persona en el gobierno de Abdo Benítez que tenga la autoridad o el poder suficiente para poner un freno a este descontrol. Existe una absoluta descontrol a la hora de que cada quien fije los precios que se le antojen para aumentar sus ganancias aunque los demás se mueran de hambre.

Porque eso es lo que pasa en este momento. La crisis económica que ya golpeó con fuerza en el 2019 aumentó de fuerza durante la pandemia iniciada el año pasado y hasta ahora, cuando un alto porcentaje de empresas y negocios han vuelto a funcionar, siguen sin alcanzar el nivel de ingresos que tenían antes, por lo que decidieron encarecer todos sus productos, buscando alcanzar la ganancia que tenían antes, pero ahora a costa del bolsillo del pueblo hambreado, que araña paredes para subsistir.

La Cámara Paraguaya de Supermercados (Capasu) hizo varias promesas, entre ellas la presentación de kits económicos que estén al alcance del minúsculo y vapuleado bolsillo del cliente, pero fueron solo eso, promesas. Nadie parece estar dispuesto a renunciar a un mínimo de ganancia –aunque esta no sea legítima- a cambio de tender la mano a los que están en peor situación.

La carne vacuna, que toda la vida constituyó una de las bases fundamentales de la cocina paraguaya, es ahora un producto de lujo al que solo pueden acceder unos cuantos privilegiados. El grueso de la producción se lleva al extranjero y lo poco que queda se vende a precios absolutamente ridículos. En realidad, esa es la mejor definición de los precios que invaden el mercado nacional, ridículos. Y ni así aparece alguien que tenga el suficiente poder y, sobre todo, la imprescindible solidaridad, para decidir un estate quieto y decir basta a los abusivos y deshonestos.

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