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Terrorismo mediático

Los hechos transcurridos en los últimos meses y, especialmente, en las últimas semanas, arrojan un sinfín de aprendizajes que los paraguayos debemos asimilar, una vez recuperados del estupor de todo lo acontecido. Y es que nadie, en su sano juicio, hubiera imaginado tiempo atrás que las disputas por una figura como la reelección, vigente en todos los países civilizados del planeta, desataría los eventos de público conocimiento. Nadie que no haya incorporado a su análisis el papel desempeñado por los grandes grupos mediáticos -y sus marionetas políticas-, que desplegaron una bestial campaña al servicio de la intolerancia y liquidaron la discusión política al trasladarla al terreno de la violencia, ejercida por sectores minoritarios de la sociedad que terminaron imponiendo su voluntad a costas del régimen institucional de la República.

Quien diga que no quedó perplejo al observar cómo un grupo de vándalos incendiaba el Congreso, miente, al igual que cuando tomó conocimiento del atropello a la sede del PLRA y el crimen del joven Rodrigo Quintana. Pero estos hechos no surgieron de la nada. Fueron el resultado de un proceso que se había iniciado en el Senado con los denominados “disidentes”, aglutinados bajo la figura de Mario Bado Benítez  (“la esperanza del stronismo” para retomar el poder político), quienes al poco tiempo de asumir sus bancas ya desarrollaron una política de boicot permanente al gobierno de Horacio Cartes, aliándose para el efecto con cualquiera que apuntara en el mismo sentido.

Sobre estos actores políticos, los “disidentes”, y otros de menor relevancia política, como el grupo que integran Desirée Masi, Eduardo Petta y otros, se montaron los principales medios de prensa, con ABC color a la cabeza, que rápidamente se convirtieron en la dirigencia del bloque antigubernamental e impulsaron la “cruzada” en pro de recuperar su papel como poder fáctico, así como sus privilegios, que los perdieron con el arribo de Cartes al Palacio de los López.

Desgraciadamente, la violencia política es parte de nuestra historia. Los grupos de poder siempre propiciaron escenarios violentos para controlar el Estado, imponer su voluntad y eliminar cualquier traba que les impida o dificulte seguir acumulando de manera impune. Incluso lo hicieron ante el riesgo de que esto sucediera, como cuando Zuccolillo “se jugó” con Lino Oviedo y encubrió el magnicidio de Luis María Argaña, a quien veía como un peligro potencial para sus intereses.

Lo que vivimos en las últimas semanas es una repetición del “método” que ya habían aplicado. Se lanzaron sin descaro alguno a manipular alevosamente a la opinión pública, construyendo la “idea” de que la enmienda era sinónimo de “quiebre institucional”, que “se instaló una nueva dictadura” y, en consecuencia, llamaron abierta e insistentemente a “resistir a los usurpadores por todos los medios”.

Fueron decenas de tapas de diarios, horas de noticieros de TV y de programas enteros en las radios pertenecientes a estos poderosos grupos mediáticos, en los que abundaban las declaraciones belicosas incitando a la ciudadanía a protagonizar actos de violencia, al igual que las amenazas de “guerra civil” y de hacer correr “ríos de sangre”. A la vez, estigmatizaron a todo aquel que tuviera la osadía de manifestarse a favor de la reelección, a quien automáticamente convertían en un ser despreciable por su “complicidad con la tiranía”.

Esta fue la antesala del caos que se desató la noche del 31de marzo y la madrugada del 1°, que como no les fue suficiente para tumbar al gobierno, como planearon, prosiguieron con sus amenazas de prenderle fuego no solo al Congreso sino al país entero.

Con este discurso violento y estos actos criminales, los sectores minoritarios arrinconaron a las mayorías que quieren vivir en paz y en libertad, e impusieron su voluntad mediante la estrategia del miedo, pisoteando con absoluta impudicia el sistema institucional y la democracia.

Las consecuencias ya todos conocemos. El presidente se vio en la obligación de dar un paso al costado y a millones de electores se nos birló el derecho a decidir sobre un tema que es de nuestra directa incumbencia.

Pero hay algo más grave y perverso en este escenario diseñado por el poder fáctico de los grandes medios. El “mensaje” que nos dieron es que “la minoría manda”, por medio de la fuerza y de las campañas intimidatorias.

Si hay una lección que los paraguayos debemos aprender de todo lo sucedido, para seguir viviendo en democracia,  es que nunca más debemos permitir que estos facinerosos repitan sus métodos terroristas, que buscan enterrar la tolerancia y convertirse en los único con derecho a “pensar”, opinar y decidir por todos.

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