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Una decisión correcta, con fines espurios

Muchos son los factores que deben ser objeto de un riguroso análisis en el caso que recientemente conmocionó al país, el del sanguinario Marcelo Piñeiro, alias “Piloto”. Ahora solo vamos a abordar tres de ellos, a saber: La decisión de expulsarle del país (esencialmente correcta), la nula autocrítica del gobierno respecto a su completa inacción durante todo el proceso (que con lo primero pretende ocultar) y la situación deplorable en que se encuentra la seguridad nacional, violentada de pies a cabeza por la mafia del narcotráfico.

La expulsión del criminal y su entrega a las autoridades brasileñas, aunque tardía, fue la medida que correspondía adoptar en las actuales circunstancias, tal como le reclamamos en nuestras páginas desde el pasado 28 de octubre. Tardía porque sobrevino recién después del salvaje homicidio de Lidia Meza, que las autoridades nacionales fueron incapaces de impedir. Y acertada, porque como Estado nos sacamos de encima un tremendo peligro, que sin embargo va mucho más allá de sus intentos de fuga, a los que aludió Marito como causa principal, omitiendo el asesinato de la joven de 18 años, la forma discrecional en la que el capo mafioso operaba desde su “presidio dorado” y los problemas de fondo que significa no poder lidiar con el crimen organizado.

Como era de esperar, la maquinaria publicitaria del gobierno puso inmediatamente el acento en “los huevos del Presidente” y otros disparates por el estilo, a los fines de desviar la atención de aquello que le afecta directamente al gobierno: Su responsabilidad política en esta historia macabra.

La ausencia de autocrítica es la expresión de cuanto afirmamos. Ningún “mea culpa” por nada. Todo lo hicieron bien y lo que no, fue porque la cárcel no era una cárcel, porque los utensilios eran los mismos que utilizaban los demás internos y porque Lidia “pidió” visitar a “Piloto”. Un sinfín de pretextos miserables con el único objetivo de minimizar lo acontecido, que es como pretender tapar el Sol con la mano.

El ministro del Interior, Juan Ernesto Villamayor,  llegó al colmo de afirmar que lo ocurrido “no representa ninguna crisis”. Marito no puso sobre la mesa, excepto su “hombría”, que por cierto no corre el menor riesgo, ninguno de los problemas reales que no supieron o no quisieron enfrentar. No nos hablaron acerca del por qué no deportaron al sujeto con antelación, ni de su régimen ultra privilegiado de presidio, ni de su rueda de prensa. Tampoco dijeron una palabra de la podredumbre que afecta a los organismos de “seguridad”, inficionados por las mafias de cabo a rabo, que no se resuelven con la destitución de dos o cuatro jefes policiales. Más elemental todavía, ni siquiera fueron capaces de pedir perdón a la sociedad y, sobre todo, a los familiares de la víctima, por tanta ineptitud frente a un horrendo crimen que cualquier estúpido con una pizca de voluntad política pudo haberlo evitado.

Lógicamente, si no hay autocrítica, no hay revisión de las líneas generales en base a las cuales se viene funcionando.  Y esto significa que los problemas referidos al flagelo del narcotráfico y su penetración en las instituciones que, en teoría, deben combatirlo, se seguirán profundizando, aparecerán otros “Marcelo Piloto”, más sádicos o menos sádicos, otros jefes policiales más corruptos o menos corruptos, al igual que fiscales y camaristas, como los que se expidieron a favor de otorgar la extradición de alguien ya recluido en una cárcel de máxima seguridad del Brasil.

Puestas las cosas de esta manera, resulta muy claro que el gobierno tomó una decisión correcta, pero motivado por fundamentos incorrectos, para “zafar” de la tormenta y evitar, como sea, que el agua le llegue al cuello. Un manotazo casi desesperado, para que todo siga igual, lo que equivale a decir que la seguridad nacional, la seguridad del Estado paraguayo, se encuentra actualmente por el suelo.

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