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¿Y ahora qué?

El levantamiento estudiantil que en apenas 48 horas tumbó a la ministra de Educación y Cultura, Marta Lafuente, deja un cúmulo de lecciones que debieran ser asimiladas por todos los que directa o indirectamente formaron parte del conflicto. No fue un “rayo en cielo despejado”, sino la crónica de una crisis anunciada, que tiene como base las tremendas carencias históricas que sufre el sistema educativo en todos los planos, imposible de ser superadas del día a la noche. Sin embargo, éste no fue el centro las protestas, ni de refilón. Fue el pedido de la cabeza de la secretaria de Estado, que finalmente rodó. ¿Y ahora? Algunos grupos políticos y sectores de la prensa incitan a los jóvenes a “ir por más”, haciéndose eco de reclamos verdaderamente absurdos. Por ejemplo, que antes de nombrar al reemplazante de Lafuente,  Horacio Cartes se reúna con chicos de 14 a 17  años para escuchar  la opinión de éstos sobre  “el perfil” que debe tener dicha persona y que de un plumazo  “duplique el presupuesto” para la Cartera, lo que implicaría fabricar cientos de millones de dólares. El momento exige algo muy distinto, que arranca por poner los bueyes delante de la carreta, impulsando un debate serio sobre los contenidos que debe comprender una auténtica reforma del sistema educativo.

La mayoría de los jóvenes celebraron la renuncia y anunciaron la vuelta a clases, a la espera de entablar negociaciones una vez que asuma quien le suceda a la saliente. Es una postura sensata, que debe ser correspondida por las nuevas autoridades del MEC mediante la pronta instalación de una mesa negociadora que ponga en práctica los acuerdos a los que se van arribando, como sucede en el caso de los campesinos y cooperativistas.

Pero lastimosamente esta no es la actitud de todos. Algunos sectores, principalmente en la Capital, optaron por seguir con la toma de colegios “hasta conseguir todo”, hasta cuestiones que les resulta difícil pronunciar, como la “reingeniería” del sistema educativo, o que el presupuesto para educación represente el 7% del Producto Interno Bruto, lo que de golpe y porrazo es de cumplimiento imposible. Pero al margen de estas razones, que pueden ser discutibles, el problema es que no quieren negociar nada de ello, sino mantener la medida hasta que el presidente simplemente firme decretos que sean de su gusto. Y los adultos, sean políticos o periodistas, en vez de orientarlos a que se sumen a la mayoría de sus compañeros, los azuzan para que sigan adelante, actuando así como perfectos idiotas.

Por su parte, el gobierno debe hacer su propia autocrítica. Como la política se mide por sus resultados, algo falló -y en grande- para que una ministra que no tuvo la menor objeción a su idoneidad, ni a su honorabilidad, haya sido “volada” por un grupo de adolescentes que fue imitado rápidamente por casi todo el resto del estudiantado, cuyo malestar se centró en que Lafuente nunca tuvo una política de puertas abiertas, lo que con certeza obedeció a su nulo juego de cintura política. Pero evidentemente, desde el Ejecutivo tampoco la vieron venir, a pesar de los anuncios públicos, o se subestimó lo que podía suceder, hasta que explotó la bomba y entonces ya fue tarde para intentar que el desenlace fuera similar al que tuvo el conflicto protagonizado por campesinos y cooperativistas.

Si hay algo que rescatar de todo esto, más allá de esta irrupción estudiantil, que no es la primera ni será la última, es que la educación, relegada por más de un siglo, hoy ocupa un lugar de fundamental importancia en la agenda de discusión.Ya era tiempo.

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