A mediados del 1800, el político y escritor británico Edmund Burke, pronunció un discurso ante los tres poderes del parlamento británico: los Lores Espirituales (de la iglesia), los Temporales (de la nobleza) y los Comunes (los políticos). En un momento de su discurso señaló hacia la tribuna de prensa diciendo que allí se sentaba el cuarto poder que era más importante que los otros tres.
Y sin duda que lo era y lo sigue siendo. La prensa, entonces escrita hoy multimedia, no se limita a reflejar la opinión pública -entendida como la tendencia o preferencia de una sociedad- sino que es creadora de eso que en inglés se llama el “mainstream” o “corriente generalizada”.
Sir Burke tenía mucha razón. Los poderes, especialmente el poder político, cuya continuidad depende de la opinión del elector ratificada en el sufragio, pero también los poderes gremiales cuya reputación los mantiene vigentes o los socava, dependen de la “corriente generalizada de opinión” y, quien la forma es el cuarto poder. Y lo hace con un arma poderosa, la información.
Por definición, la información es un conjunto de datos procesados, que constituyen un mensaje que modifica el conocimiento del sujeto o colectivo que lo recibe. Hay dos formas de entregar ese mensaje: el reporte y la opinión. En la primera, se cuenta el evento o suceso desde todos los ángulos, respondiendo al clásico cuestionario qué, cómo, dónde, cuándo, porqué y para qué. En la opinión, el emisor agrega explícitamente su punto de vista sobre las causas, consecuencias, intereses, efecto o impacto probable del suceso. La opinión es siempre subjetiva, pero el reportaje tampoco deja de serlo, siempre hay un sesgo influenciado por los intereses del emisor.
El cuarto poder tiene un rol muy grande en la construcción de la democracia ya que el ejercicio del voto está profundamente influenciado por la formación de la opinión generalizada. Por eso es importante que el cuarto poder no sea monopólico ni oligopólico, de tal forma que los distintos sectores de la sociedad puedan encontrar un canal para trasmitir su información y su opinión. La libertad de información no es sino la libertad de los distintos emisores para mantener una opinión sin interferencias y buscar, recibir y difundir información e ideas a través de cualquier medio de difusión sin limitación de fronteras. Y así se la define en la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Durante los regímenes autoritarios y represivos que proliferaron en el mundo y gobernaron en nuestro país desde la crisis de los años 30s hasta el final de la guerra fría, esa libertad de expresión era coartada por el poder político que trataba de mantener el control sobre los mensajes para asegurarse una opinión pública obsecuente. Hoy, la libertad de expresión no está amenazada por un poder omnímodo proveniente del gobierno sino por la colusión y la “manipulación” de quienes manejan económica o intelectualmente los medios de expresión en función de sus intereses. En un mundo donde las redes sociales de bajo costo y alto impacto superan en eficiencia a los medios tradicionales, el control intelectual de la información se torna crucial.
Así es como aparecen en escena verdaderas “mafias”, conformadas por aquellos que entienden que están por encima del bien y del mal y que sientan cátedra sobre nuestras mentes adormiladas y poco afectas al razonamiento. Utilizan el mensaje, no para analizar el qué, el cómo y el porqué, sino para inducir emocionalmente a la aceptación o rechazo de alguna idea, proyecto o persona. Se los reconoce por la forma en que manipulan la información. Utilizan, por ejemplo, la repetición reiterativa, valga la redundancia, de frases fuera de contexto para inducir al receptor a tomar la “parte por el todo” y sacar conclusiones equivocadas. En lugar de informar, argumentar u opinar, denigran, denuestan, escrachan, insultan y hasta “sienten pena” por su ofendido. Usan su posición para herir en público la dignidad de sus víctimas. Algunos usan una engolada adornada por “doctorados” para envolver su discurso vacuo y malintencionado. Lanzan informes falsos con total impunidad que quedan instalados en la conciencia colectiva, no importa si el emisor termina perdiendo después algún juicio por calumnia y pagando un precio que considera aceptable para el logro de sus fines.
Se llenan la boca con la causa de la libertad, causa que se tiene por indiscutible ‒ para esconder lo que realmente defienden: el poder, el dinero, el medro, el placer y la fama, en sus expresiones máximas.
El abuso de poder en el ejercicio del cuarto poder puede ser tanto o más dañino que los abusos contra la libertad de prensa del tiempo del militarismo autoritario porque socaba la democracia en sus raíces al destruir la esperanza de la gente sembrando el desengaño y la desconfianza y creando las condiciones para la proliferación de populismos exacerbados de izquierda y de derecha
Malo, por donde se lo mire.